jueves, 9 de julio de 2015

Círculo cromático

Atónito desde las sombras, desconocedor del día, inspiró profundo por primera vez.

El aire invadió sus pulmones y el mar de oxígeno lo ahogó. Gritó. Lloró. Su cara, roja de esfuerzo, provocó una ráfaga de sangre púrpura corriendo por sus vasos. El calor de su piel se transformó en transparente sudor frío.

Abrió los ojos lentamente y los colores invadieron sus ideas. Ya no volvería a ser el mismo, todo estaría teñido de esa policromía extraña previa a él, presente desde el inicio de los tiempos... 
 
 
Pero sus respiraciones...sus respiraciones se acompasaron hasta que el rubor se blanqueó y sus lágrimas se secaron. Dejó de gritar...¿cuánto hacía? Mucho ya. Pero esas respiraciones fueron claves en su vida, de eso se acordaba bien: se aceleraron cuando tuvo su primer día de clases en el otoño cobrizo, se aletargaron bajo el sol dorado de enero en el campo, volvieron a acelerarse cuando la vió por primera vez bajo la parra verde de la casa de su mejor amigo, cabalgaron hasta extinguirse cada vez que hacía el amor en llamas amarillas, violetas y rojas, resoplaban frente a cada examen final flúo, se detuvieron por un eterno instante cuando le anunciaron la negra muerte de su padre, volvieron a acelerarse emocionadas cuando su hija Azul llegó al mundo...
 
Rápidas, lentas, pausadas, forzadas, felices, incapaces, llenas o vacías se sucedieron en forma ininterrumpida por el arco iris de sus días. Él les daba vida (¿o era al revés...?)

Se sentía muy seguro de ellas, no se concebía ni se reconocía sin ellas. Pero pensaba si podía detener y reanudar ese compás multicolor a voluntad.

Aquel otro día, ya conocido por él, luchaba por volver a respirar. Estaba nuevamente en el hospital, en otro. Lo habían llevado de urgencia después de sufrir el infarto y estaba conectado a un montón de plateados aparatos que hacían ruidos monótonos pero salvadores.
 
Pero ella, su nívea respiración, seguía junto a él.

De pronto, sintió que el diafragma dejaba de moverse; se había cansado. Mucho esfuerzo de parte de los dos, de él y de ese otro “él” que lo poseía; voluntario e involuntario. Los pulmones sabían que habían cumplido su tarea dignamente. Él, reclinado, notó que su cara enrojecía otra vez por el esfuerzo y las lágrimas hervían sobre sus mejillas.
 
Intentó gritar como aquel primer día pero, esta vez, el sonido no fue.

Cerró los ojos. Sabía que no volvería a ver los colores que lo fascinaron desde el inicio. Pero le quedaba el consuelo de saberlos incorporados a su esencia. Entonces, escupió el mar de oxígeno que lo ahogó mucho, mucho más de medio siglo atrás. Lo espiró profundo en un arco iris de compases armónicos.

Y se abandonó al placer de sumergirse, sin respirar, nuevamente en las sombras.
 
Cyndi Viscellino Huergo ®Todos los derechos reservados
 

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