domingo, 11 de octubre de 2020

Teatro de operaciones

Comienza despojándose lentamente de la armadura que siempre creyó suya. 

Hasta hoy.

¿Cómo no se dio cuenta antes que no se amoldaba a su fisonomía virgen? 

No quiso. No supo. No pudo.


El peso del metal ha dejado marcas irremediables sobre su piel, moldeando su contorno en una forma impropia. Debía ajustarse al supuesto plan original. Aunque tal vez no es tan supuesto; tal vez este es verdaderamente el plan original. El tiempo, aliado imprescindible, ayudó a su cuerpo a adaptarse a un enfrentamiento y un argumento que nunca fueron suyos, como la armadura. Se mira y no se reconoce. No se parece en nada a aquella complexión pequeña a la que le fue colocada la plúmbea coraza, asumiendo de antemano que sería capaz de cargarla con agilidad y eficiencia.

Ese cuerpo alterado, maltratado, con cicatrices profundas -no siempre visibles como tales-, le deja saber la nobleza de haberse ajustado de manera precisa y perfecta a todas las demandas que cada batalla requirió de él. Su desempeño, infalible y disciplinado, le muestra un resultado exitoso en esa guerra improcedente que creyó genuina. 

(¿Hay alguna medalla a este tipo de lealtad? Si la hay, sospecha que es ella quien debe otorgarla...).

"Es una de esas situaciones en las que el premio se vive como un castigo...otra vez", se dice en silencio. 

Del mismo modo en que se ha dicho todo desde el principio.

Los humanos estamos llenos de ambigüedades que sirven para alejarnos de quienes somos.

En medio del impacto de la conciencia, con lágrimas afligidas rodando por sus mejillas, una señal de compasión y agradecimiento asoma en el fondo diáfano de sus pupilas negras. Frente a ella, sobre el acero gastado de la protección que la refleja desnuda, distorsión y torsión se amalgaman para devolverle una imagen sustituta. Sabe que su cuerpo cuenta una historia muy distinta de las que todos creen leer sobre él. (¿Acaso no sucede con todos los lectores de todas las lecturas?). Nadie, salvo ella, sabe de las heridas infligidas, los dolores insufribles -sufrir nunca fue una opción-, los combates encarnizados por su supervivencia, el legado no solicitado pero cargado, los recados y secretos transportados sin visa, la ingenuidad expropiada, las ilusiones destrozadas, la autoestima desestimada.

Si lo supieran, no la mirarían con desprecio y prejuicio. ¡Como si ellos mismos no cargaran, en marca de hierro, con sus íntimas historias sobre su piel!

Debe vestirse, pero no conoce el atuendo que se ajuste a su necesidad de ser libre. Sutil paradoja la de cubrirse para mostrarse. 

Elige no seguir combatiendo, aunque sabe que las batallas pueden ser inevitables.

Hace apenas un instante, mientras sentía el aire fresco del tiempo presente finalmente acariciando su piel, descubre que una batalla puede transformarse en un juego. Amigable, divertido, relajado. La guerrera en ella posee las estrategias, las tácticas y la experiencia, pero aún no sabe cómo aplicarlas en un tablero lúdico en permanente movimiento. 

Por supuesto, se le da mucho más fácil el enfrentamiento, fue excepcionalmente entrenada para ello. Incluso cuando no le preguntaron si quería hacerlo. No tuvo opción. Sorprendida descubre que, en un juego, es ella quien puede elegir si jugar o no, cuándo, dónde, cómo y con quién.  En un juego, las luchas de poder tienen la posibilidad de dejar de serlo. 

Deberá aprender a saberse poderosa sin tener que luchar por ello.

Se yergue frente al improvisado espejo, necesita transformar su imagen de guerrera a jugadora. ¡Esa es la vestimenta que quiere llevar! 

Cada centímetro de su piel comienza a vibrar en la frecuencia de lo posible. Su libertad, albergada en las opciones. El poder y la potencia, en su libertad.

El contacto con la eternidad está a la distancia de un pensamiento, declarado en la yema de sus dedos. Los mismos dedos que van cambiando de forma; le resulta difícil dejar circular la energía de su destino. El conocimiento adquirido nunca le alcanzó para revertirlo. 

(¿Es que acaso no es la irreversibilidad la principal cualidad del destino?)

Ella olvida, con demasiada frecuencia, que su destino es más grande que ella cuando ella está bajo esta forma tangible de finitud. También olvida, con demasiada frecuencia, que su satisfacción es más grande que la forma que su finitud adopta tangiblemente. 

Se aproxima a la armadura de plomo apoyada en el piso, se arrodilla y mira su rostro reflejado en él. Ya no hay lágrimas en sus mejillas, sino una mueca que quiere convertirse en sonrisa. Su mirada proyecta mil mundos simultáneos, con emociones que desbordan el horizonte. No será fácil salir de este cuarto sin el armazón, así que opta por colocarse el peto para proteger su corazón y el aire que respira, mientras se da el tiempo para la conversión.

Por lo demás, confía en que su piel es suficiente para ir al encuentro. Necesita probar nuevas sensaciones sobre ella, esta nueva versión de ella. La que queda al descubierto por primera vez.  

Eventualmente, a su manera, se quitará el peto. Para jugar libremente.

Para siempre. 

Cyndi Viscellino Huergo 2020©Todos los derechos reservados


Óleo: "Imaginary Friend", by Oleg Zhivetin

martes, 6 de octubre de 2020

Idum-77

I’ve been relatively at ease for quite a long time. I used to believe I had an inspiring life, a not so unresentful seething in my guts and quite a few magnificent deals of my own. I wasn’t an inconsequential essence in the macro-dancing scope of existence. 

Until he arrived. 

He bursted in my days as an improbable occurrence, staring not unsurprisingly at every single inch of myself with incredulous eyes. His gaze was not ambiguous, nor innocent or childish. It was clear for me that he wanted to explore my wavy and ridgy shapes in a gingerly way, Sometimes he contrastingly seemed a whimsical little boy, smiling while touching and taking what he thought might be of his personal interest. 

He never realized I was watching him. Closely.

Having him sneakily toddling up and around, I tried to return to some of my projects without focusing on him. He could be so distracting sometimes! Whenever I got immersed in my things, I recovered the perception of birds flying higher, storms changing the perspective and grass turning purple almost everywhere. Yes, that was me experiencing the joy of my easy-going and self-challenging life.

So, please tell me, how could he equalize such a sensation? 

But...there it was. The unquiet sense that bristled my skin the day he decided to pose his gloved hand smoothly on my not rounded place. That same place I would have liked to show to someone who had dared to appreciate it. He tickled my fertile flatty-surface, making me rattle like a new steam train on a narrow gauge. As he sped up, he was not fearful in advancing and trekking silently and thoughtfully upon my hills and valley. Oh Heavens, he hardly was a thunderbolt but he could leave the same impression of a cheetah in my submissive registers. 

I didn’t venture to make him realize how insignificant -yet not unnoticed- his humanity had become for me by that time. Without any expectations, however, after a while of getting used to having him at my sight, his presence began to make my day brighter (who would say it…?).

He was not unexpendable. I must admit, though, I didn’t avoid sending him all kinds of clear signals so he could awake to the notion I had no intent of removing him from my surface. I wanted him around as long as possible. I became fond of him and his presence. I guess he noticed it as I catched him out feeling less uncomfortable with each incursion to my zones. He was a real risk-taker, undoubtedly. I liked that about  him.

It took me by surprise when he disappeared in the same sudden way he had showed up. I felt the sorrow of getting back to my old life, once perfect, without him in it. I felt the void, the nonsense of not being basked again by him. I felt the fire heating up my organic pucker, the same one he provoked upon arrival. 

Sometimes when I look at my sun, I miss him. Sometimes, when I face the shadows, I mourn him with methane rains. Never before and never again have I had a visitor from the distant Earth. Being Idum-77, a deserted planet in the Begordian system, now means I am inhabited forever.

Cyndi Viscellino Huergo 2020©Todos los derechos reservados