miércoles, 2 de octubre de 2013

Verdi, ¡qué te quiero, Verdi!

La noche estrellada corona la velada largamente esperada.

El Rosedal, en su esplendor, regala abundante fragancias de primavera. Una brisa suave y fresca mueve las gasas de las vestimentas femeninas y juega con los cabellos. Estamos en 1977, y la Orquesta Sinfónica del Teatro Colón se prepara para tocar Aída, de Verdi, en un escenario ubicado en medio del lago.

Yo, vestida de gala para mi corta edad, acompaño a la hija de una de las trompetas de la orquesta, por lo que tengo la ubicación privilegiada de las bambalinas del escenario. Estoy en medio de la vorágine de la preparación, de los nervios de los ejecutantes, de la tensión del silencio previo al inicio frente a un Rosedal repleto, todos mirándome a mí –bueno…¡así me siento!-.

Me ubico cerca de los timbales, gigantes, imponentes, guturales. El director golpea el atril tres veces, como en las películas y los dibujitos animados y entonces los instrumentos comienzan a vibrar al unísono, armoniosa y sincronizadamente. A medida que avanza la ópera ya no recuerdo dónde estoy ni cómo me llamo. Me imagino una esclava etíope que espera el triunfo del amor de su vida en la guerra.
 
Miro hacia el cielo, las estrellas dibujan el arco por donde marcho al compás del Triunfo. El corazón se me apretuja en el pecho, los tendones se me estrujan, la emoción se instala en la garganta hasta que me es imposible respirar y las lágrimas corren por mis mejillas de niña, mientras una sonrisa victoriosa se dibuja en mi cara, diciéndome que por fin logro el éxtasis al que estoy destinada.
 
No puedo dejar de llorar. Me siento torpe, porque el momento es tan feliz que me duele el pecho. La orquesta da los acordes finales y los timbales resuenan poderosos, avisando la culminación.

La gente se pone de pie y aplaude, aúlla, grita los bravos. Yo me siento una ejecutante más y me embriaga esa multitud que me mira, emocionada. Estoy orgullosa y sigo llorando. Me abrazo a mi amiga y juntas miramos a los músicos, de pie, saludando gentil y humildemente. Ya no estamos sobre el agua del lago, sino sobre las nubes del cielo. El universo todo es nuestro: de Verdi, de la orquesta, del público, de ella, de mí.

Un poco más de un par de horas bellas. Un instante sublime. El estallido y la felicidad.

Empiezo a bajar la rampa del escenario...empiezo a bajar del cielo.

Qué afortunada soy. Sé lo que sienten los ángeles.

Cyndi Viscellino Huergo ®Todos los derechos reservados

martes, 24 de septiembre de 2013

Kairós, Cronos y Caos...


Siento el dolor del futuro conocido atropellándome hasta dejarme tambaleando. La espesura se cierne sobre mí, mis ojos se entrecierran para ver mejor pero estoy ciego en medio de la niebla.

Cuando la bruma me envuelve, comienzo a dudar de mis sentidos. Estoy expuesto, solo, desnudo. Gira un tornado que me arrolla, pero sé que si extiendo los brazos rozaré otras pieles, otros cuerpos y entonces sabré que todo sigue ahí, un poco movido de lugar, pero rodeándome al fin.

Comienzo a los manotazos. Me muevo desesperado por alcanzar esa piel, por tocar ese cuerpo.

Pero... ¿dónde está?

Mis pies pisan un terreno pedregoso, árido, irregular. Las plantas se lastiman y sangran. Los vientos revuelven mi pelo y mi mente anida ideas apocalípticas. “No debo dejarme vencer.”  Voy ciego por este terreno, a tientas.

Comienzo a llamarte, a llamarlos. Mis labios se mueven pero no emito sonido alguno aunque yo me escucho fuerte y claro. No sé de dónde saco mis fuerzas para seguir, me siento tan cansado...

De repente, mis pies sienten el frío del agua, un agua que me cubre sin siquiera moverme de donde estoy. Los manotazos se convierten en brazadas y ya no siento el dolor de los pies. Me doy cuenta que no estoy apoyado sobre nada.

El agua me cubre por completo pero ¡puedo respirar! y mis ojos...mis ojos, ven.

Azul profundo. Desolación. Y la punta de mis dedos que no te alcanzan...

Me hundo. Miro hacia arriba y no siento ganas de salir. Vuelvo a abrir la boca y las palabras siguen sin querer salir.  Están mudas, como mi alma. (Necesito que vengan a buscarme.)

¿Dónde están? Peso mucho, siento mucho este azul profundo.

El tiempo se detiene. El tiempo...una sucesión de recuerdos que se entremezclan sin cesar: tu mirada, ellos, mis batallas, tus labios prometiéndome el mundo, mis ojos ciegos viendo todo lo inabarcable. Mi sangre se acompasa a ese tiempo. Cada célula me habla de mis cimientos y me grita que no permita que mi tiempo se detenga. Las células son un regimiento desesperado y disperso que intenta ponerme en movimiento, para no morir. Pero yo no percibo nada ahí afuera...

Estoy en la eternidad, desde hace milenios. La nada y el inicio, la creación y yo.

Pero sé que alguien más está aquí. ¿Dios? ¿Vos? Siento que todo está por comenzar, la secuencia de eventos que originan las cosas está produciéndose frente a mí, dentro de mí. 

El tiempo está por estallar. Desde afuera, una ola gigante de irremediable vastedad corre hacia mí: es el Caos, la vibración sensual de los elementos que se aman desenfrenadamente, generándolo todo. Al frente de ellos, comandándolos, un dios rugiente que se abalanza con mirada altiva, desafiante y victoriosa; me ve inerte y elige ser mi destino hasta la explosión: ¡Cronos decidió devorarme!


De pronto, algunos giran sobre sí y me ven. Se detienen estupefactos: no saben si soy una aparición del cielo o del infierno. Se paralizan, éstos con admiración, aquéllos con terror. Muchos intentan tocarme, sin importar lo que simbolice. Les atrae verse y desafiarse en una imagen diferente de aquel que los lidera y, no obstante, igual a ellos.

Hay esperanza en sus ojos. Conocen cosas pero no son conscientes de ellas. Aún así, yo soy el que está desnudo frente a ellos, reflejo y reflejado. Se acercan y se disputan quién se quedará conmigo para alimentarme, bañarme, mecerme, educarme o amaestrarme, para convertirme en lo que ellos creen que debo y puedo ser: uno más. ¿Cómo hago para decirles que ya he despegado, que mis pies no tienen suelo y mi cabeza no tiene cielo? ¿Que he visitado lugares que creí que no existían y aprendido dolorosa y pacientemente a gobernarme?

Estoy listo para esta espesura que comienza a disiparse. Comienzo a vestirme. Es satisfactorio estar de regreso, indica que por esta vez, he sobrevivido.

 
Cyndi Viscellino Huergo ®Todos los derechos reservados

lunes, 24 de junio de 2013

Margaritas para mí (Segundo cuento de "Íctico")


2.
... Azul profundo...

-          “¡Pero si lo único que pretendo es que seas un hombre!”
      -          “¿A costa de qué?”
      -          “De golpes... ¡así se hacen los hombres!”

Estoy tan cansado de los golpes, del frío, de las paredes...

-          “Sabés que estoy aquí, que siempre estuve y estaré.”
      -          “Lo siento…¡cuánto lo siento!”
      -          “Siempre lo sentiste así, amor mío, es tu naturaleza.”
      -          “¿Dónde está tu perfume, tu seda que me cobija, tu canción que es única para mí?”
       -          “Mi música está con vos desde el inicio de los tiempos porque sabía que la   ejecutarías mejor que yo. Mi perfume... mmm... respirá profundo... ¿lo hueles?  Te impregna.  Tu piel la exuda.  Mi seda es tu seda, la que te deja amar libremente,  como te enseñé hace ya mucho... tal como yo te amo.”

-          “¿Qué haré ahora?”
      -          “¿Qué harás?... ¡VIVIR!”

La punta de mis dedos no te alcanzan. Pero ya logro verte...
 
Cyndi Viscellino Huergo ®Todos los derechos reservados

martes, 18 de junio de 2013

Íctico

Hace unos años, inspirada en la obra musical de Quassia Amara (Carlos Espelt, músico de talento divino) escribí una serie de diez breves relatos que acompañaban sendos temas de su tercer álbum llamado "Íctico".

Hoy quiero comenzar a volcar esos relatos en este blog.

Carlos Espelt, te dedico esto muy especialmente, tal como te lo dediqué cuando vos, generosamente, me inspiraste con tu talento. Sé que no hago honor a la maravilla de tu obra, pero para mí es un trabajo amado. GRACIAS.


0.
ic·tus
1 : golpe o pulsación, especialmente del corazón
2 : ataque o convulsión repentina, especialmente en el stroke cardíaco


Ictio- (gr. Ichthys: pez)
Elemento prefijal que entra en la formación de palabras de significado pez.

1.
Siento el dolor del futuro conocido pero siempre inesperado atropellándome avasallante hasta dejarme tambaleando.  La espesura se cierne sobre mí, mis ojos se entrecierran para ver mejor, pero estoy ciego en medio de la niebla.

Cuando la bruma del dolor me envuelve, comienzo a dudar de mis sentidos.  Estoy expuesto, solo, desnudo.  Gira un tornado que me envuelve.  Pero sé que si extiendo los brazos rozaré otras pieles, otros cuerpos y entonces sabré que todo sigue ahí, un poco movido de lugar, pero rodeándome al fin.

Comienzo a los manotazos.  Me muevo desesperado por alcanzar esa piel, por tocar ese cuerpo.

Pero... ¿dónde está?

Mis pies pisan un terreno pedregoso, árido, irregular.  Las plantas comienzan a lastimarse y a sangrar.  Los vientos del torbellino revuelven mi pelo, mi mente anida ideas apocalípticas.  No debo dejarme vencer.  Voy ciego por ese terreno, a tientas.

Comienzo a llamarte, a llamarlos.  Mis labios se mueven, pero no emito sonido alguno.  Sin embargo, yo me escucho fuerte y claro.  No sé de dónde saco mis fuerzas para seguir... me siento tan cansado...

Repentinamente mis pies sienten el frío del agua, un agua que me cubre rápidamente sin siquiera moverme de donde estoy.  Los manotazos se convierten en brazadas, ya no siento el dolor de los pies... de hecho, ya no estoy apoyado sobre nada.

Se acelera mi respiración y el agua finalmente me cubre por completo.  Sin embargo puedo respirar, dificultosamente, asfixiante y mis ojos comienzan a ver.

Azul profundo.

Desolación.
...

La punta de mis dedos no te alcanzan.  Pero ya logro verte.

Me hundo rápidamente. Miro hacia arriba y no siento ganas de salir.  La pesadumbre, la herrumbre de mi alma no me deja.

Abro la boca pero las palabras ya no salen.  Enmudecí, como mi alma.

Debo guardar el oxígeno para sobrevivir.

Necesito que vengan a buscarme.

¿Dónde están?
...

Agua mecedora...

Estoy cansado... peso mucho, siento mucho.

Azul profundo...


Cyndi Viscellino Huergo ®Todos los derechos reservados
 

 

martes, 19 de febrero de 2013

Copérnico o cómo practicar mi empatía

Un día como hoy, 19 de Febrero pero hace 540 años, nacía Nicolás Copérnico quien, según una teoría de la Época Moderna, infligió la primera de las tres heridas narcisistas a la Humanidad (de las otras dos se encargaron Darwin y Freud).

¿Qué de su teoría nos hirió tan profundamente?

Copérnico formuló la teoría heliocéntrica de nuestro Sistema Solar o, en otras palabras, postuló nada más y nada menos que la Tierra -con nosotros en ella- no era/mos el centro del Universo conocido hasta entonces.

Este matemático, astrónomo, físico y clérigo católico se atrevía a plantear la idea de que el Sol no giraba en torno nuestro, sino nosotros en torno a él.

Pasó más de medio ¡milenio! y aún lidiamos con nuestro egocentrismo. Hablamos de empatía, de ponernos en el lugar del prójimo pero seguimos encontrándonos con nuestras propias opiniones e intereses como faros inamovibles, únicos indicadores de la verdad -que por supuesto, poseemos nosotros-, como objetivos a ser impuestos sobre las opiniones e intereses de los otros. El sol, el mundo, el "resto" sigue girando a nuestro alrededor.

Y en esta posición de absolutismo perdemos la capacidad de escuchar activamente a quien está frente a nosotros; nos perdemos la riqueza de su punto de vista, la sutileza de su mirada y la experiencia de su propia verdad (¿¡Cómo!? ¿¡Es que acaso hay más de una verdad!?).

Sentimos que no somos escuchados, que no somos comprendidos, que no nos entienden.
Y nosotros no escuchamos, no comprendemos ni entendemos tampoco. 

Empezamos a gritarnos, no vaya a ser cosa que hablar suave y en tono bajo no perfore la coraza del otro y finalmente, no nos hagamos escuchar...

El grito desesperado que intenta acercarnos nos aleja más. Del otro y de nosotros mismos. Nos quedamos aislados, en un silencio pleno de palabras censuradas, atragantadas, agolpadas en nuestra garganta y nuestra alma.

Yo creo que dejar de ser el centro requiere valor para revisarnos en nuestras opiniones, creencias, conceptos y pre-conceptos; para reconocernos detrás de un cristal formado por nuestros juicios y pre-juicios; para elegir si queremos seguir con ese mismo cristal o modificarlo pero, por sobre todas las cosas, para recordar en todo momento que frente a mi cristal se para otra persona con su propio cristal. 

Parece que vos y yo nos vemos en forma transparente y directa, pero tenemos dos mundos enteros que atravesar hasta encontrarnos de la manera más honesta posible.

Como una aficionada eterna de la astronomía, descubrí a Copérnico y a su teoría cuando era todavía una niña que miraba con asombro hacia el cielo e intentaba hallarme en el Universo. Ahora, descubro al Copérnico que me recuerda mirar hacia adentro para hallarme en mi propio Universo, que también puede ser el tuyo...o no. 

Pero sospecho que nuestros Universos se unen en algún punto, tal vez en ese instante y lugar en el que vos y yo nos miramos a los ojos, nos contactamos despojados de nuestros egocentrismos y nos escuchamos con el corazón.

En ese instante y lugar en el que dejamos que el Sol sea el centro de nuestros mundos para que ilumine nuestro encuentro.