sábado, 28 de marzo de 2015

Cuando las palabras se interponen - Un viaje personal (I)

1.
Hace doce años puse fin a una amistad de trece.

Mi amigo, entrañable, confidente, conocedor profundo de momentos propios y hacedor de otros compartidos, compañero de viajes por el mundo externo e interno, creyó que toda la historia juntos era suficiente para darme unilateralmente por segura, por sentada, por incondicional a cualquier costo...casi como que estar allí, en la relación, de ese modo era ya mi "obligación".

Yo, escuchando por primera vez a mi parte más honesta y cruda, creí que toda la historia juntos no alcanzaba para seguir construyendo la historia juntos. Me di cuenta que yo había permitido y me había dejado colocar en el lugar que deseaba no estar desde...siempre.

Entonces pasó. Un día él tiró mucho de la cuerda alegando que, por el momento y frente a su necesidad, pondría nuestra amistad "en el congelador".

Y yo...bueno...yo, frente a mi desconcierto y mi sentir sobre él adoptando una postura omnipotente, decidiendo por él y por mí sin consultar...decidí cortar la cuerda.

Pidió que no lo hiciera, me dijo que era algo temporario, que simplemente no tenía fuerzas para sostener solo la amistad (así lo veía él) pero que por favor no lo dejara (paradójico, ¿verdad?).

De repente, en esa muestra suya de autoridad sobre el vínculo, yo me hice del poder y aniquilé una relación que doce años después aún extraño (¿quién era la omnipotente ahora?).

Mi sorpresa, sin embargo, es darme cuenta que en verdad terminé con esta relación el jueves pasado, 26 de marzo de 2015.

Doce años después.

¿Si me arrepiento? NO. Fue una de las decisiones más sabias de mi vida. ¿Si me dolió tomar la decisión? SI, mucho. Pero esa dolorosa decisión es la misma que ahora me está mostrando brutalmente una de las creencias sobre mí misma más difíciles de desarticular.


2.
Hace un par de semanas un amigo comentó algo sobre las palabras y los recursos personales. Yo me quedé pensando en cómo las palabras han sido a lo largo de mi vida mi manera de salvaguardarme, de protegerme, al mismo tiempo que son mi maldición más inexorcisable.

Me entrampo en las palabras. Me lleno de ellas porque quedarme en silencio implica escuchar los secretos que guardo. Secretos que me fueron depositados en mi infancia, que no me pertenecen pero de los que fui nombrada albacea, fiduciaria y cancerbera sin posibilidad de decir que no quería el puesto, que no me interesaba, que el peso me hacía mal. Aunque, pensándolo bien, algunas veces lo dije a mi modo, dentro de las posibilidades que me daba mi corta edad. No fui escuchada. La sola mención generaba inquietud, rechazo, molestia en los depositantes. Entonces, sin tener claro qué hacer, pasé a silenciar todo: mis necesidades, mi enojo, mi impotencia, mi frustración, mis derechos. Pero silenciar no significó no hablar. Significó ser una buena oradora, una gran conversadora, una "parlanchina". Sólo aquel que supiera escuchar detectaría lo que las palabras en verdad estaban ocultando. Sólo aquel que supiera escuchar con mucha atención detectaría el silencio detrás de las palabras, ese silencio que es mi ser más real, el silencio que contiene mis verdaderos sentimientos, mis verdaderas emociones, mis verdaderos pensamientos. Sentimientos, emociones, pensamientos que, de tan ocultos en las palabras, ni yo misma reconozco por momentos.... Necesito de ese "aquel" para verlo, para verme. Mis palabras resguardaron el secreto camuflado entre ellas. Hablar mucho sin decir nada. Desorientar. Despistar. De tanto en tanto, decir algo en verdad importante sobre mí misma, animarme a mostrarme para, en la trampa mortal, notar que el otro no escucha...

Había perdido el derecho a ser escuchada hacía tiempo. No sabía cómo hacer para recuperarlo...

Hasta el jueves pasado, 26 de marzo de 2015.

Mil años después...


3.
Hoy, pensando en un amigo que hace casi un mes que no veo, detecto que la creencia en mí misma y mi historia están cambiando. La maldición parece ser exorcisable, las palabras pueden dejar de ser una trampa mortal, mi silencio quiere ser escuchado. Tal vez, hasta esté empezando a recorrer el camino de recuperar mi derecho a ser escuchada. Tal vez, hasta esté comenzando a optimizar el recurso de mis palabras y mis silencios, de mis obligaciones y mis derechos, de mis necesidades y mis límites.

Para ello, he decidido comenzar renunciando a mi puesto de albacea, fiduciaria y cancerbera de los secretos de mi infancia. He decidido atender a mi necesidad, a mi enojo, a mi impotencia, a mi frustración, a mis derechos. MIS DERECHOS. Esto implica que también estoy reconociendo la obligación en los DEMÁS para conmigo. Porque, al final de cuentas, vincularme con un otro implica comprometerme. Pero comprometerme no significa suicidarme inmolándome ni matar al otro, arrastrando con esa muerte toda la historia juntos. Porque vincularme con un otro implica, para mí, reciprocidad. Comprometernos juntos para vivir, no para matar o morir.

Hasta el jueves pasado, 26 de marzo de 2015, yo era una persona que no podía reconocer con claridad la implicancia del corte de mi amistad hace doce años.

Hoy, agradezco a ese amigo entrañable que haya estado en mi vida de la manera que estuvo y de la forma en que está. Miren si habrá sido buen amigo que, doce años después, me dio una mano para empezar a recuperarme a mí misma del abismo de los secretos impuestos, las palabras que camuflan y los silencios que denuncian.

Cyndi Viscellino Huergo ®Todos los derechos reservados