miércoles, 31 de diciembre de 2014

Los días son números o Un mensaje de fin de año

Según las convenciones occidentales y rigiéndonos por el calendario gregoriano, hoy es 31 de diciembre de 2014.

Último día del año.

Sentada frente a una ventana que me muestra un cielo negro que convierte a las nueve de la mañana en noche cerrada y preanuncia tormenta de verano, sintiendo el viento virando a sector sur aliviando las altas temperaturas, observo la falta de movimiento en a calle: no hay transeúntes, casi no hay vehículos. Así está mi Ciudad de Buenos Aires, vibrando las últimas horas del último miércoles del año (eso dice la tele...).

Una vuelta más alrededor de nuestra estrella central, el Sol, a bordo de esta nave espacial llamada Tierra.

Los diarios, los noticiarios, las redes sociales, las personas me dicen y repiten que hoy se termina algo (o todo) y que mañana se inicia algo (o todo). Sin embargo, si el calendario dijera que hoy es 13 de junio, lo creería. Salvo que la tormenta de verano, los comentarios y los medios me dicen que no es así...

Reparo que este calendario gregoriano no rige para todos, ya sea por cultura, religión, creencias, ciencia. Hoy, 31 de diciembre de 2014, yo me siento yendo cuando todos parecen haber llegado (o eso es lo que entiendo), siento que estoy desfasada, a contratiempo -aunque no a contramarcha.

Si me mantengo en el convencionalismo de la realidad en la que estoy inserta, digo que 2014 ha sido para mí un año atemorizante, desafiante, abrumador, esperanzador, brutal, otorgador de oportunidades únicas, sorprendente, liberador, transformador, agradable, inolvidable, movilizador, solitario, generador, aniquilador, fervoroso, divertido, aventurero, creativo, inigualable, gratificante, sembrador, cosechador, maestro, aprendiz...la lista sigue. (¿Habrá sido el año o yo la que estuve así...?)

Fue un año de nuevos proyectos, de nuevos estímulos, de viejos patrones y de nuevos caminos, de acercamientos, de alejamientos, de vínculos y desvínculos, de encuentros, desencuentros y reencuentros conmigo y con otros, de momentos inolvidables en todos sus matices de cualidades.
Fue un año lleno de vida, con todo lo que ello implica.

Hoy, estoy dándole cabida al sinsentido que está abriéndose en mí en forma de una brillante luz blanca integradora, pacificadora, vacía. Vacía para albergarme y contenerme; vacía para reencontrarme con el sentido, con mis sentidos, amplios y restringidos, conocidos e inexplorados; vacía para elegir cómo llenarme. Sinsentido que, descripto así, parece tener todo sentido pero que aún así, no requiere tenerlo, no proclama tenerlo, no necesita tenerlo. Sinsentido contradictoriamente complementario que, per se, lo es todo y nada al mismo tiempo.


Hoy, 31 de diciembre de 2014, me siento por momentos viviendo en el Hemisferio Norte o ¡siendo de otro planeta!, desorientada pero no perdida.

Entonces así, desde mi sinsentido, desfasada, desorientada, yendo cuando todos parecen haber llegado, pacíficamente vacía y vital, parada en mi 13 de junio, quiero darles las GRACIAS a todos los que están en mi vida, de todas las formas posibles; a los que se han ido; a los que me acompañan a cada instante personalmente, por teléfono, por medios virtuales, por medio de las palabras y los silencios; a las presencias que no conocen de tiempo y espacio y a las ausencias que tampoco...; a todas las personas que conforman mi HOY, cualquiera sea el rol, cualquiera el lugar, cualquiera el momento, cualquiera la forma, cualquiera sea la fecha de cualquiera sea el calendario estipulado.

Mis DESEOS...bueno, como son míos, deseo que ustedes elijan libremente qué deseos les gustaría materializar para la nueva vuelta alrededor del Astro Rey. Yo deseo para mí mantenerme atenta para ejercer, recibir, aprehender, revisar, resignificar, concientizar, accionar, cambiar, transformar (entre otras cosas) mi vida.

Quiero para ello estar parada sobre (y/o bajo el manto de) el amor incondicional, el respeto, la confianza, la comprensión, la libertad, la honestidad, el honor, la gratitud, la paz, los proyectos, el trabajo digno, la esperanza, la fe, la compañía, el disenso, el consenso, el aprendizaje, el perdón, la pasión, la salud, la resiliencia, los vínculos...uf...mi humanidad como mejor pueda practicarla y ofrecerla.

Es decir, seguir un poco en el camino que me trazo a diario para ¿llegar? a algún lugar al que parece que tengo que llegar.

Mientras tanto, disfruto de viaje en compañía y en solitario sabiendo hoy, más que nunca, que los días son números...


Cyndi Viscellino Huergo ®Todos los derechos reservados



domingo, 7 de diciembre de 2014

El tiempo más largo, la idea menos pensada

Sentados en silencio. El mar en calma, el cielo negro profundo, presagio de tormenta.

El alma rota en pedazos.

- ¿Es posible que el alma se rompa?
-No, le responde él. Sólo la dividiste para aprender más rápidamente.

Pero ella no lo siente como aprendizaje. El dolor es insoportable, estruendoso. Ella cree que si se presta la debida atención se lo puede escuchar. ¿O es acaso un trueno? No, ella está segura, es su dolor. El dolor lo siente hasta en los nudillos. No hay zona de su cuerpo que no duela. Pero el dolor más intenso lo siente en el alma.

Algo no está bien...

Un relámpago atraviesa el espacio del cielo al agua. ¿O es al revés?


Luz, en medio de la oscuridad.

- ¿Es posible que el alma duela?
- No, vuelve a responder él. Lo que te duele es saber que puede no dolerte.

Ella está cansada, muy cansada. No logra entender por qué sigue estando en el lugar en el que está, por qué permanece allí, sabiendo que su lugar está en otro lado.

- ¿Sabés? A veces siento como si fuese el alma la que duele, en verdad. El dolor me invade: me duelen los recuerdos, me duelen las decisiones, me duelen las sobreadaptaciones, me duelen los "si" más que los "no", me duelen los altruismos obligados, me duelen los años usados en todos estos dolores que ya no habré de recuperar ...
- Se llama "vida", dice él con calma.

Otro rayo en el cielo. ¿O en el suelo...?

¿Es esto el aprendizaje? Tal vez ella esté ahora volviendo a unir el alma que, según él, separó para aprender más rápido. Sólo que ella no siente que esto haya sido rápido. Le ha llevado casi medio siglo...por lo menos es lo que cree.

- El tiempo es una invención, ya lo sabés. ¿Por qué te detenés a pensar en él?

Detenerse. ¡Eso es lo que ella necesita, lo que anhela, lo que busca! ¡Detenerse! Detenerse en el espacio, detener el tiempo, observarlo todo como en una foto polaroid instantánea. Suelen pregonar por ahí que hay que moverse, seguir adelante, no parar...pero ella ya no puede seguir. No así.

Ella siente cómo todo comienza a inmovilizarse. No es "todo" lo que se inmoviliza. Ella es quien se ha detenido. Otro rayo atraviesa el aire y esa luz queda fija en su retina, vibra en su piel. Un trueno grave resuena en sus huesos. Escucha su respiración dinámica, sus pulmones se llenan de mar, de sal, de tormenta, de paz. Siente el dolor cediendo y ya no siente el alma rota, sólo perdida.

Lo mira fijo. Él le devuelve la mirada, sereno.

- Me quedaría en este instante por siempre, susurra ella.
- ¿Qué te lo impide?
- Equilibrio...necesito encontrar un equilibrio. 

Otra vez, silencio. Ahora el dolor es parte de su conciencia. Quizás el dolor es el indicador de dónde se halla su norte, su rumbo, su equilibrio.





- Sé que estás detenida pero...¿creés que podés volver y moverte ahora? La tormenta se aproxima. Tenemos que entrar...  

"¿Es esto el equilibrio?", se pregunta con semblante de desconcierto. Vuelve su cabeza hacia él, lo mira profundamente, de alma a alma.

- Por supuesto no tengo problema en volver e ir con vos... Aunque yo...yo creo que ya estoy adentro.   

Cyndi Viscellino Huergo ®Todos los derechos reservados

lunes, 13 de octubre de 2014

De-significado

Se detiene abruptamente. Se siente aturdida. Su cabeza es como un lavarropas en función de centrifugado; todo va a mil revoluciones por minuto y no logra distinguir con claridad nada de lo que gira como un tornado en su mente, tratando de eyectarse. Siente la contractura en el cuello, el dolor punzante en la cabeza, el latido en sus sienes.

(¿Cómo llegué hasta aquí?)

Las voces ensordecen su razón y también su corazón. No sabe qué piensa, no sabe qué siente. Las voces no provienen del exterior, sino de su propio mundo. No sabe qué dicen, no entiende las palabras…no las entiende. Sabe que necesita callarlas para entender.

Necesita callar las palabras para entender… (¿No es eso extraño…?)



Se enfoca en el ojo del tornado, en el centro de ese lavarropas centrifugando y encuentra la serena detención de la vorágine, el vacío, el agujero que da lugar, el espacio, el no-tiempo. Encuentra la quietud, la calma, la tranquilidad, el silencio...

Allí, no hay voces, no hay sonidos, no hay palabras. La palabra parece no estar allí, no existir allí.

Pero… ¿quién es ella sin palabra? (Necesito callar las palabras para entender…).

La invade una contradictoria sensación. Si permanece allí, la paz que siente la tienta a no volver a salir al mundo (¿Para qué?). Si permanece allí, también deja de ser; ya no hay vínculo con el exterior…y tal vez tampoco con el interior de sí misma.

Ya no hay palabra que pueda ayudarla.
Necesita callar las palabras para entender…

Porque hoy, para ella, hablar es desintegrarse.

Hoy, para ella, la palabra es estar en el borde del abismo entre ser libre y querer gritar – en silencio- que alguien venga a su encuentro. Es no tener ganas de ser ella quien tenga que salir a mostrar quién es.

Es darse cuenta que, mientras la palabra la conecta con lo que es, con quién es, con cómo es, mientras la palabra es el nexo, es mostrarse, es querer ser escuchada y descubierta, para ella hoy, es blindaje, escondite, el dolor de que nadie la vea ni la descubra tal como es.

Hoy ella es silencio. Y quien sepa cómo permanecer dentro de él con ella…bueno, descubrirá todos los secretos que ella guarda. Ella está completamente expuesta y desnuda en ese silencio.

Ella sabe que allí, no tiene forma de ocultarse…

(¿Habrá alguien que quiera venir a buscarme aquí…?)


Cyndi Viscellino Huergo ®Todos los derechos reservados

domingo, 5 de octubre de 2014

Las mismas verdades de siempre...



Con cada corte de luz, espero que se ilumine mi mundo y pueda revelarlo escribiendo. Pero no. No son musas sino fantasmas los que se me aproximan por varios lados en esa oscuridad. Espíritus que yo creía olvidados o redimidos, visitas no gratas que asaltan mi alma y la hacen tambalear.

Trato de imaginar lo intangible pero, ¿cómo? Mente, espíritu y alma tienen cualidades corpóreas en mis sombras. Pero no estoy segura de que así sea. No me animo a preguntarme si alguna de ellas existen bajo esas formas descriptibles: nobles, elevadas, complejas, éticas, grandes, bellas, aborrecibles.

No hay originalidad en mis pensamientos, sólo formas más o menos nuevas de decir lo mismo. Cuando escribo, mi letra es una huella digital que me delata pero que no me abarca, mientras que esa palabra liberadora me limita. Todos son diseños de un mismo pensamiento; el mío. Y en tanto es así, no concibo al otro sino como a mí misma, como a una réplica proyectada de lo que designo ser.

Por eso me duele tu dolor. Por eso río ante tu alegría y me desgarro ante tu destrucción. Por eso, también, elijo que tu indiferente indiferencia se transforme en mi interés por vos, que no creés en mí (no creés en vos). Por eso te muestro que puedo comprenderte y aprehenderte hasta la identificación, pero nunca hasta la fusión. El día que insinúes fusionarte no me encontrarás. Porque no soy un elemento uniforme sino único, igual que vos.

Es que la vida es complejamente simple, así de cursi. Un átomo se une a otro y éste a un tercero y van formando moléculas que adoptan distintas formas y estados. ¿Qué hay de complejo en eso? Nada. Ah, tal vez te referís a la vida en sí misma. Por aquello de que varias moléculas se unen para formar un organismo mientras otras se unen para formar una heladera. Pero lo que llamamos “objetos animados” sí que se animan: se animan a desafiarnos, a provocarnos, a elevarnos. Se animan a ser algo distinto de una mesa. Eligen ser yo, o vos.

Pero para vos ser complejo pertenece a una forma de ser culturalmente elitista. Hablar, escribir, pensar en difícil. Porque las verdades dichas en sentencias enérgicas suenan a descubrimientos revelados. Pero ¿no son las mismas verdades de siempre? 

Las mismas verdades de siempre...

Pero no todo lo que veo es verdad. “El sol está en el centro del sistema solar”. Verdad. “La tierra está en el centro del universo”. Mentira. No entiendo el porqué. Yo veo que todo gira en el horizonte a mi alrededor. ¿Eso no es ser centro? Parece que no, que alguien “vió” más lejos y me ubicó en la realidad indiscutible y, por lo tanto, la Verdad. Y me dijo: “Tené en cuenta que no todo lo que ves es la verdad”.

No todo lo que veo es verdad...

¿Entonces tampoco es verdad aquello que hay que ver para creer? 
¡Uf! Por lo tanto la fe es una verdad y no una creencia...

Ahora decime, ¿cómo sé que vos sos una verdad? Y si no lo sos, ¿tampoco yo lo soy? Ya no puedo reconocérteme, no logro distinguir entre la verdad y la mentira. Porque si la verdad duele, esta mentira duele más. Y si la verdad es una mentira, entonces la verdad indefectiblemente debe doler.

No somos más que la ilusión de vernos. Sólo cuando cerramos los ojos y el mundo se presenta en nuestra mente estamos frente a la verdad indubitable y egoica. Solamente cuando se corta la luz...

Mi mundo finalmente se iluminó...

“Dios ha muerto. Ustedes lo han matado.”

Cyndi Viscellino Huergo ®Todos los derechos reservados


viernes, 3 de octubre de 2014

Intenso rubor blanco

El catalán diría que “las musas se han pasao de mí”. Yo diría que no sólo me han pasao, sino que han decidido no quedarse conmigo ni siquiera un instante…

Sola. Sin inspiración.

Una escritora escribió por algún lado que para ser escritora ella debe sufrir. Entonces me dije que nunca podría convertirme en escritora, no porque no haya sufrido, sino porque opto por doler en lugar de sufrir. El dolor me ayuda a crecer y el sufrimiento desaparece como tal. 

La intensidad puede llevarse las montañas y derretirlas como manteca. La intensidad puede ser parte del amor o de la ira. La ira puede ser venganza o justicia. Entonces todo para mí, como monedas, tiene una cara y una ceca, un anverso y un reverso, un derecho y un izquierdo.

Los opuestos son indivisibles... ¿Cómo reconocer lo sano sin lo enfermo, lo hábil sin lo inútil, lo puro sin lo putrefacto? Los dolores son manifestaciones de las sensaciones porque sino, muchas veces, no les encuentro sentido a esas sensaciones. Si no me duelen, hay cosas que no siento, cosas de las que ni me entero que están ahí queriendo, necesitando ser atendidas. Tampoco puedo disfrutar del placer y el gozo sin conocer el dolor...

Siento intensamente. Para adentro y para afuera. Más para adentro. Para afuera, hace mucho que no: no lloro, no río... La ausencia de manifestaciones me hace lucir indiferente y fría. No soy ni lo uno ni lo otro. Pero no puedo evitar poner distancia entre mi adentro y mi afuera. 

No, no, no es lo que ustedes probablemente creen. No es que estoy poniendo distancia entre lo que siento y Ustedes. Pongo distancia entre MI adentro y MI afuera. Mi afuera está distante, apartado de mí, irreal. 
Mi afuera no existe más que en la realidad de los otros...

Repentinamente, me pregunto, ¿cómo ando por la vida con un "afuera" que no existe para mí, que es una invención de otras realidades que no son la mía? ¿Es que acaso lo que creo que es mi realidad es sólo una pantalla en donde se proyecta la historia de otros? ¿Dónde estoy yo en esta película...?


Y...nada. Lo que siento ahora es...nada.  

Tal vez para poder escribir sea suficiente con sentir que no siento...

Y no sentir, a veces, duele...estoy en una espiral infinita.

Cyndi Viscellino Huergo ®Todos los derechos reservados

jueves, 7 de agosto de 2014

Reinventando mis laberintos

Estoy en uno de esos momentos en los que todo lo que se me cruza por la cabeza, lo que me pasa por el medio del pecho, lo que siento en el cuerpo, lo conecto dentro de mí con claridad.

Lo que no siempre logro hacer con claridad es ponerle palabras. Porque la significación de los eventos, de las experiencias se conectan de tal forma que mi percepción de ellas exceden los cinco sentidos.

Mi experiencia tiene una conexión perfecta y me veo habilitada en varios planos en simultáneo, uniendo puntos que provienen de distintos lugares y tiempos. Todo cobra un nuevo sentido. Soy una nueva persona segundo a segundo. 

Por momentos me pregunto para qué ponerle palabras a esto que me sucede. La respuesta es un impulso, una necesidad: quiero escribirlo. 

Hace varias semanas (¿tres?) que siento un movimiento particular, nuevo, intenso. Todo está mutando, todo está transformándose de manera vertiginosa, casi como en un laberinto que se reinventa a cada momento, como un sueño en donde los edificios cobran vida y reacomodan sus estructuras, moldeándose en nuevos diseños, en nuevas formas, en nuevos paisajes.

Tal vez porque el movimiento tiene esta particularidad, esta novedad y esta intensidad es que siento la necesidad de escribirlo: quiero darle cuerpo, quiero dejarme una constancia, quiero asirlo de algún modo, regulando la intensidad para apreciarlo. 

En este recomenzar permanente y sin solución de continuidad, un fenómeno extremo se manifiesta: me siento nuevamente polarizada. 

Sólo que esta vez, la polarización se me antoja un espejo de la integración...

Ayer estaba parada en el "lado oscuro de la fuerza", dirían los seguidores de La Guerra de las Galaxias. Ayer revisité mis sombras, esos lugares en los que algunas veces me sumerjo. Sólo que esta vez, no hubo un "adentrarme". Simplemente estaba allí, me paré sobre mis dos pies y decidí permanecer en mi lado oscuro.

Paradójicamente, allí veo con claridad. Me resulta fácil detectar las emociones, las sensaciones, los sentimientos, las acciones que descubro posibles y peligrosas y que elijo que no tengan su curso en mí: el egoísmo, la demanda a otros, el reclamo, la queja, la venganza, los celos, la posibilidad de soberbia, la manipulación, incluso el disfrute que siento sólo de imaginarme llevando a cabo ciertas acciones que incluyen algo de todo esto y que, por supuesto, nunca llevé -ni pretendo llevar- a cabo.

Entonces, si hay disfrute sólo con pensarlo, ¿por qué elijo no elegir este lado?
Porque las consecuencias de permanecer allí son, para mí, sinónimo de destrucción en su sentido más puro. Destruirme a mí misma y a otros. Y elijo construir.

Entonces, con la misma claridad con la que me vi en las sombras, noté que cuando estoy parada en lo que voy a llamar "el lado de la luz", todo no está tan claro...¡ni es tan luminoso! 

Allí no logro reconocer los peligros en los que me entrampo sólo por estar "bajo la luz": la solidaridad y la bondad al punto de olvidarme de mí misma, la humildad que me impongo es pos de no dar cabida a las cosas que me distinguen, que me hacen única, particular y diferente; prohibirme, en nombre de las "buenas cualidades de una persona", la posibilidad de dejar desarrollar ciertas características que me son tan propias como identificatorias...¡no vaya a ser cosa que me convierta en una persona aberrante, inadecuada, inapropiada..desubicada!

Acabo de darme cuenta que "me paro" sobre la sombra y estoy "bajo" la luz...ya sé que puede no ser novedad para muchos de ustedes, pero me encantó darme cuenta.

En fin, decido "tapar" todas mis peculiaridades, las que me hacen singular, al punto de querer invisibilizarme a toda costa y a todo costo. Mostrarme así me resulta imperdonable. No puedo ser yo misma porque "tal vez" sea un monstruo.

Pero, por favor, recuerden que les dije que estoy en movimiento permanente. Esto que describo me ha dado un regocijo especial, pero para nada morboso. Porque también acabo de darme cuenta que, en el "lado de la luz", las cosas pueden destruir cuando no se les permite seguir su tendencia, cuando la preservación se convierte en rigidez pura. También me doy cuenta que en mi caso esta destrucción está dirigida a mí misma. ¡Por supuesto que así "debe ser"! ¡Estoy en mi lado luminoso! ¡En él soy "buena", a nadie debo hacerle daño!

Voy y vengo por estos lados en estos días y descubro las maravillosas paradojas de "un lado oscuro" que veo con claridad, y un "lado luminoso" que se me presenta confuso y empañado.

En esta instancia, las cosas empiezan a fusionarse y dejan de ser polos estáticos. Me siento feliz de que así sea.

Descubro, asombrada, que a veces necesito pensar en mí "egoistamente" para no destruirme y para ayudar a otro a construirse a sí mismo. Noto que mi invisibilidad requiere de mi energía en alta intensidad, que necesito cargarme físicamente de capas que me distancien del mundo y me ayuden a pasar inadvertida. Observo que redirecciono aquello que no me permito ser de mí misma hacia adentro, permitiendo que la destrucción se convierta en auto-destrucción y así "salvando" a un otro. Y todo esto, bajo el "manto protector" de un rótulo: "estoy en el lado de la luz".

Ahí está...el laberinto vuelve a reinventarse, las aristas se desdibujan, las luces y las sombras se complementan y juegan para incluirme, para explayarme, para potenciarme, para sanarme. 

Se me viene a la mente Rembrandt, el pintor holandés, que es reconocido por el manejo del claroscuro que ayuda al observador a entrar al cuadro.

Así estoy hoy, transitando los claroscuros incluida en el propio cuadro; regulando la intensidad de mi energía para que alumbre y des-alumbre donde crea conveniente, donde la invitación a perderme en mi propio laberinto sea constante. Así estoy hoy, reinventándome, entendiéndome, desdibujándome, concretándome, asiéndome, escurriéndome de mí, huyéndome, reencontrándome, extremándome y fisionándome; amalgamándome y fusionándome. Así es mi actualidad, actualizándome...

Me doy la bienvenida a la renovada dualidad complementaria.  

Cyndi Viscellino Huergo ®Todos los derechos reservados


miércoles, 18 de junio de 2014

Sshh...¡de esto no se habla! (De la furia, el caos, el enojo y el duelo)

Las Furias Griegas, en la mitología, nacieron de la noche y trataban de restablecer el orden perdido.
Siendo una noche de luna llena en el distrito federal de este país del Sur del planeta, estoy furiosa

El Caos está instalado en mi interior desde hace al menos una semana. (Quedo resonando con la palabra "caos": lo que existe antes que todo, ese "espacio que abre"...). 

Las causas de mi furia son múltiples y ancestrales, pero creo que puedo resumirlas en un par que detecto en este momento: ser traicionada y mis muertes sistemáticas.

Bueno, tal vez y sólo tal vez, hablo metafóricamente de mis muertes...o no. 

Descubrí que he muerto de muchas maneras: una vez morí de amor; otra vez morí de pena; en otra oportunidad, morí de soledad. También morí de abandono; morí de decepción. Morí de hastío. Morí de hartazgo. Y una vez, morí de inocencia.

Hace no mucho tiempo y repentinamente, descubrí que me sometía a morir sistemáticamente cada vez que alguien lo requería. Si mis pares necesitaban que alguien se inmolara ahí estaba yo, disponible y dispuesta.
Solía transitar por mi vida sintiendo que yo era la única responsable de todo -o casi todo- de lo que pasaba en mi mundo.

Hubo un momento en mi historia en la que fui ofrecida al sacrificio sin alternativa y sin ser la responsable del motivo de mi muerte. Ese momento coincide con uno en el que yo aún no tenía opción, ni elección, ni posibilidad. Ni siquiera sabía que existía una. Era pequeña y otros decidían por mí. 

Existió, sin embargo, otro momento en el que noté que, incluso cuando yo decidía y elegía no sacrificarme, era traicionada por mis pares. Desde mi percepción y, en otras palabras, esto es lo más parecido a ser la persona sacrificable del conjunto.

Esto me lleva a otro punto: el heroísmo. Se supone que los héroes son aquellos que, de manera abnegada, realizan actos extraordinarios, mostrando un eminente esfuerzo de voluntad. Frecuentemente, los actos heroicos suelen ser al servicio de alguien más, son altruistas. El héroe prioriza el bien ajeno a costa del propio. Aquí encuentro una trampa mortal: el heroísmo puede ser un lugar seductor, especialmente si nuestro acto heroico responde a la idea de que alguien más nos lo pide, con la promesa de convertirnos en "inmortales" (¡nuevamente la paradoja!) si damos la vida por ese alguien. En nuestro heroísmo está la promesa de ser aceptados, admirados, amados, respetados. No estoy hablando de la inmortalidad religiosa y/o espiritual, porque esa tiene un sentido de eternidad que la inmortalidad a la que me refiero no posee.

Cambiar la propia vida por la promesa de ser inmortales, según el otro

En mis muertes sistemáticas (repito esta última palabra porque esas muertes proceden de ciertos principios rígidos de mí) en algún momento me encontraba en el punto en donde para que todo el equipo, el grupo, el/ los otro/s saliera/n airoso/s de situaciones apremiantes, yo daba mi vida: laboral, personal, profesional, vincular.

Es que, ¿saben? yo soy una persona "fuerte", yo me "la banco", yo "resucito"... 

Pero tal parece que, al igual que en el dicho sobre el gato, al cabo de varias vidas perdidas me queda sólo una restante. 

Me doy cuenta que ahora la decisión sobre si me inmolo, si me sacrifico, si me convierto en heroína o si me hago responsable de todo -o casi todo- es completamente mía. Hay en este acto de responsabilizarme una maravillosa sensación de libertad.

Pero también hay miedo. Intenso. Interminable. Paralizante. Pararme frente a mis verdugos, enfrentarlos y decirles que ya no soy una víctima disponible ni dispuesta, que sólo elijo hacerme responsable de lo mío, que si el precio para que me respeten, me amen y me consideren es mi propia muerte (cosa que ya no me interesa en lo más mínimo), es aterrador.

Tuve que armarme de mucho coraje. Me llevó un largo tiempo juntar el valor necesario (al menos a mí me pareció un tiempo largo). Por momentos creí que no podría hacerlo; no sabía cómo. Me faltó el aire (a veces todavía me falta), me ahogué, apenas salía mi voz. Pero me queda una sola vida y si la apreciación y valoración de mi persona me esclaviza, no parece ser dada desde el amor sino desde la limitación.

Entonces pude. Lo hice. Los miré de frente y les dije: "Ya no más."

Profundo, prístino alivio. Una gran alegría. Sensaciones majestuosas, brillantes, ¡nuevas!

Dicen que no valoramos lo que tenemos hasta que lo perdemos. Yo valoré lo que no tenía cuando lo recuperé: el Poder, MI poder. "Poder" como potencialidad, como personal habilidad para ser yo misma, sin necesidad de sacrificarme por nadie, responsabilizándome de mí misma, siendo libre. 

Dar ese paso aliviador es sólo el comienzo, sin embargo. Ahora estoy transitando el camino del caos, de la sensación de estar perdida, casi en estrés post-traumático. Necesito reconocer esta nueva persona que estoy siendo.

En este reconocimiento además de la sensación de alivio, de libertad, de felicidad, también hay enojo, tan intenso e interminable como el miedo inicial; un enojo que por momentos se transforma en furia.

Así estoy hoy, siendo una noche de luna llena en el distrito federal de este país del Sur del planeta. Furiosa.

Y si las Furias Griegas trataban de restablecer el orden perdido, parece que este es el camino para restablecer ni propio orden, mi propia vida, mi propio ser una vez que atraviese mi caos personal.

Estoy duelando: una antigua yo acaba de morir.

Y en lugar de estar triste y llorando, estoy feliz y aliviada. También estoy desconcertada y enojada. Enojadísima, como ya se habrán dado cuenta. Este es mi propio duelo, distinto y personal. Disfruto de contactar con mi enojo, mi ira, mis furias. Siento que darles cabida es sanador.

Y de pronto un par de personas por allí me están diciendo:"¡¡¡Ssshhh...!!! ¡¡¡De esto no se habla!!!"

No vaya a ser cosa que contacte con mi humanidad y no sea tan buena como parezco...

Cyndi Viscellino Huergo ®Todos los derechos reservados

Escultura: "Lacoonte y sus hijos", Ribera - Museo del Prado

jueves, 5 de junio de 2014

¿Solitariamente popular o popularmente solitaria?

Desde pequeña me ha gustado estar sola. Por aquel entonces lo atribuía a mi alta popularidad que, por cierto, yo no buscaba pero "me seguía" allí, adónde iba.

Renegué de mi popularidad durante...casi toda mi vida. Ser extravertida, abierta y sociable tenía para mí un costo altísimo: todos parecían tener ciertas expectativas con respecto a  mi ser en este mundo, a mi estar, a mis desempeños. Al menos así era como yo lo percibía. Me auto-exigía para poder llegar a la talla que yo creía que los demás me asignaban (y a veces, así era...). Me obligaba a mí misma a ser "buena" en todo y con todos, a ser "ejemplar", según los requisitos de mis mayores, de mis pares, de mi cultura. 

Me puntuaba a mí misma en base a resultados medidos y otorgados por los demás. Ellos me ponían en el podio y me pedían "un campeonato más". Ese mismo puntaje, para mí, nunca era lo suficientemente alto. Yo sentía que la medalla de oro era el nivel más bajo de mi escala de logros. 

El precio que pagué por estar ubicada en ese lugar fue el de perderme a mí misma en la multitud.

Cuando el bullicio de esa multitud me ensordecía hasta ahogarme, me aislaba del mundo: disfrutaba en soledad de la música, de la lectura, me quedaba por largas horas en silencio, sin hacer contacto con el mundo exterior. ¡Y vaya que escuché música y leí libros!

Pero después de un largo rato (a veces días), sentía que la soledad me instalaba en un lugar de desamparo, de desamor y de la necesidad de que ahí afuera hubiese alguien que me viera para que yo, acá adentro, cobrara entidad.

Al final, también me perdía de mí estando sola...

Estuve casi toda mi vida perdida de mí. 

A medida que fui poniendo conciencia, amor, paciencia y confianza en mis días, en mí misma, noté que mi soledad no era siempre igual sino que tenía facetas múltiples y coloridas. 

Ahora sé que una de mis soledades es la física, la que ya mencioné, la que implica que no haya personas a mi alrededor. Disfruto de mis charlas conmigo o del silencio que obtengo con la certeza de que no será interrumpido desde el exterior; ese silencio que a veces revela a los gritos mis propios ruidos internos y en otros momentos me lleva a lugares de quietud, con conciencia plena de mí misma; a lugares de una paz derivada del placer de encontrarme. 

Otra de mis soledades implica reconocer que me gusta saberme sola. He descubierto dos cosas con esto: primero que puedo, que soy suficiente como persona, que tengo un mundo interior riquísimo de experiencias, sueños, pensamientos, sensaciones, emociones, recuerdos, sentimientos; segundo, que puedo no poder, que a veces necesito dejar esa soledad para salir a buscar a alguien que me dé una mano para ver el camino, para escuchar(me), facilitándome panoramas, incluso orientándome -aunque no dirigiéndome-.

A medida que me permití conocerme en esos lugares de soledad y, en mis propios tiempos, descubrí también que disfruto de ser extravertida, abierta y sociable...¡me encantan las personas! Es maravilloso conocerlas, darme la oportunidad de mostrarnos, de ofrecernos, de recibirnos.

En un momento, no sé cuándo, noté que mi manera de hablar había cambiado. Dejé la conjunción disyuntiva "o" para ocasiones puntuales y particulares y empecé a reemplazarla por la conjunción copulativa "y". De repente, iba sintiendo que soledad y popularidad convivían en mí pacíficamente, que no se excluían mutuamente sino que se complementaban.

Esto mismo me pasó con otras cualidades de mi existencia. ¡Aún me pasa!

Así, a mi propio paso, fui re-constituyéndome como individuo.

Al final de cuentas, "individuo" significa "que no se puede dividir"...

Hoy me siento bastante entera, ya no voy por el mundo siendo para cumplir las expectativas de nadie, al menos la mayor parte del tiempo. Trato de mostrarme de mi manera más genuina posible. Elijo que aquellos que me aprecien lo hagan por lo que ofrezco siendo quien soy, no por lo que ellos necesitan que yo ofrezca y sea. También elijo recibirlos por lo que ofrecen siendo quienes son, no por lo que yo creo necesitar de ellos.

Ahora siento que mi extraversión, mi apertura y mi sociabilidad son más honestas, con ellos y conmigo.
Y también busco y valoro de manera diferente mis momentos de soledad. Ahora siento que podemos comunicarnos con nuestras propias formas, sin exigirnos ser quienes no somos.

Reencontrarme en medio de la multitud me llevó gran parte de mi vida. Me siento feliz notando que aún me reencuentro, que transito lugares dentro de mí que me son novedosos, que ni siquiera sabía que estaban allí. Siento que mi extensión interna es infinita y me veo frente a eso con la frescura y la inocencia de mi niñez, permitiéndome la sorpresa permanente. Este tránsito no me es fácil pero percibo que es simple.

Voy permitiéndome y disfrutando del conocerme, con mis luces y mis sombras.
Me permito darme la bienvenida a esta que soy, inacabada, en crecimiento, por momentos incongruente, temerosa, valiente, novel, ignorante pero con experiencia.

También les doy la bienvenida a todas aquellas personas que tengan ganas de compartir su individualidad conmigo. Después de todo, descubrí que dos individuos enteros forman todo un nuevo universo.

Y desde pequeña, yo quiero ser astronauta...



Cyndi Viscellino Huergo ®Todos los derechos reservados

martes, 29 de abril de 2014

La inmortalidad no engendra sabiduría

Leo hoy por la mañana, muy temprano, en algún lugar por el que transito:

La inmortalidad no engendra sabiduría.
Sólo la mortalidad engendra madurez.

Madurez...plenitud vital, sazón de los frutos...el punto justo.

Me siento enredada tratando de descubrir dónde está la punta de este ovillo.
("¿Qué ovillo, Cyndi?" - "No sé...algo me llama...no detecto desde dónde ni hacia dónde...")

Creo tener conceptos con respecto a la inmortalidad, la mortalidad, la sabiduría y la madurez que han mutado a lo largo de esta vida mía y espero que sigan mutando.

Me gusta dejarme sorprender. Me gusta desafiarme. Me gusta reinventarme y estar cambiando la persona que soy a cada instante, lo más conscientemente posible. A veces lo logro, a veces no. Sé, sin embargo, que estoy siempre dispuesta a hacerlo.

La vida se me antoja efímera en este momento...

Parece fácil hablar de "vivir el presente", "estar enfocados en lo importante", "descubrir nuestra pasión". Al caminar sobre estos peldaños, me encuentro frente a la idea de "inmortalidad". ¿A ustedes les pasa en algún momento, que van por el suelo que pisan pensando que tienen "todo el tiempo del mundo" para hacer tal o cual cosa, para "ser" esto o aquello, para priorizar lo que en verdad es importante para cada uno de ustedes?

A mí sí. A mí me pasa. A veces.

Hoy es uno de esos días en los que no. Siento que el tiempo se escurre entre mis dedos, que lo que quiero hacer, lo que quiero ser, lo que quiero priorizar no puede seguir esperando.


Me siento madura. Hoy me siento mortal, porque me mortal.

Y también, según mi creencia, sé que soy inmortal. Al menos mi alma lo es.
Entonces me pregunto si ir madurando en la mortalidad no es una forma de ir engendrando sabiduría en mi inmortalidad.

El día en el distrito federal de la Argentina está plomizo, lloviznoso, húmedo. Yo lo siento pesado, apremiante, aplastante, estancador. Sí, sí, estancador. De algún modo sé que esta manera de sentir el estancamiento es también una forma de detenerme y contactar con la quietud que me une a la finitud de mi existencia, con la escucha de mi propia esencia que pide silencio para encontrar...¡la punta del ovillo!

Para mí, madurar es sinónimo de crecer. Crecer es sinónimo de estar viva. Estar viva es lo antagónico a la mortalidad. No muero si logro, a través de mi madurez, engendrar la sabiduría que me haga inmortal.

Trascender. Permanecer. Ser inolvidables.

Tengo la sensación que no necesito de grandes gestas heroicas para lograrlo. Basta con permitirme escuchar mi alma, esa que me guía hacia el desarrollo pleno de la potencia que está en mí esperando el momento, el lugar y la oportunidad para cursar su camino.

Mi camino.

Y con que, al menos una persona, recuerde que fui recorriendo mi existencia intentando llegar a ser
quien estoy destinada a ser.

Cyndi Viscellino Huergo ®Todos los derechos reservados

miércoles, 16 de abril de 2014

La pasión, la intensidad, el pecado y la culpa.

Tal vez sea porque mañana jueves comienza la Pascua Cristiana, tal vez porque ayer se festejó la Pascua Judía (Pésaj), tal vez por algunas conversaciones con personas allegadas en donde surgió el tema, tal vez porque en este estar reflexionándome algo de esto también se está moviendo, la pasión comenzó a rondar en mi mente, en mi cuerpo, en mi alma.

Me costó mucho tiempo reconocerme como una mujer apasionada e intensa. Esto lo escribo así, sin mayores detalles, porque la sola palabra creo que dispara multiplicidad de ideas, pensamientos, creencias, sugerencias, al menos en mí y para mí. Entonces decido recurrir al Diccionario de la Real Academia Española (22a. Edición) y encuentro esto:

pasión: (Del lat. passĭo, -ōnis, y este calco del gr. πάθος).
1. Acción de padecer (sentir física y corporalmente un daño, dolor, enfermedad, pena o castigo; soportar agravios, injurias, pesares; sufrir algo nocivo o desventajoso; dicho de una cosa: recibir daño). 2. por antonom. Pasión de Jesucristo.3. Lo contrario a la acción.
4. Estado pasivo en el sujeto.
5. Perturbación o afecto desordenado del ánimo.
6. Inclinación o preferencia muy vivaz de alguien a otra persona.
7. Apetito o afición vehemente a algo.
8. Sermón sobre los tormentos y muerte de Jesucristo, que se predica el Jueves y Viernes Santo.
9. Parte de cada uno de los cuatro Evangelios, que describe la Pasión de Cristo.
~ de ánimo.
1. Tristeza, depresión, abatimiento, desconsuelo.

Para mi sorpresa, la mayoría de las definiciones no se apegan a MI creencia de lo que es la pasión.
Cuando me digo "apasionada", me pienso más como una persona con aficiones, inclinaciones y preferencias vehementes a lo que elijo, a lo que me gusta, a quien elijo, a quien me gusta que suelen perturbarme o afectarme desordenadamente el ánimo.

Es decir, adhiero y me pienso con las acepciones 5; 6 y 7 del diccionario.

Pero ahora me siento impactada ante el resto de las definiciones del diccionario. Todo mi concepto de "pasión" se ve reformulado frente a la posibilidad de la pasividad, de la tristeza, de la depresión, del tormento, del desconsuelo, de lo contrario a la acción o, en tanto acción, a que sea de padecimiento. Sin embargo, cuando me remito a la Pasión de Cristo, todas estas otras acepciones cobran sentido...

Me quedo pensando en cómo asociamos hoy día muchos aspectos de la pasión según su intensidad, su duración y su dirección al pecado, al sufrimiento, a poder soportar agravios por experimentarla, a percibirla como algo nocivo y desventajoso, entre otras cosas.

"Dejarse arrastrar por la pasión" es casi caer en la desmoderación, en la inconciencia, en la injuria e incluso en la ruina moral. Podemos ponerle el calificativo que nos guste: pasión sexual, pasión deportiva, pasión religiosa, pasión "de multitudes". Ustedes eligen calificativo, intensidad, duración y dirección para saber cuándo pasamos de lo vivaz y vehemente de cualidades "aprobables" a lo sufriente, nocivo y letal. Calificamos. Juzgamos. Condenamos.

En esta era cibernética y de recetas que a veces parecen fáciles -aunque no simples- para superarnos a nosotros mismos, se nos incentiva a "hacer todo con pasión o no hacer nada", como si aquello a lo que nos abocamos y elegimos debe tener la cualidad de ser "apasionadamente" realizado sino estamos equivocando el rumbo o no estamos siendo "leales a nosotros mismos y nuestros sueños".

Estoy atorada en este punto en el que siento que ha llegado hasta mí un doble mensaje que me despierta un sentimiento de culpa por hacer las cosas "por placer". No sé si llegó así el mensaje o si yo lo entendí así -mucho más probablemente- pero navegar estas aguas tumultuosas a veces no me es tan "placentero".
 
 

Dos veces mencioné la palabra intensidad. Según el mismo diccionario, estoy hablando de un grado de fuerza y vehemencia con la que se manifiesta una cualidad, una expresión y mis afectos de ánimo.

Cosa curiosa: mi intensidad suele y solía serme devuelta por otras personas con calificativos de "superficial", "falsa", "exagerada". ¡Si supieran cómo duele ser intensa, sentir con esta vehemencia que expreso para poder quitar un poco de presión a "tanto" que pasa dentro de mí! Pero creo que esas personas no lo saben. No tienen por qué. ¡Ni siquiera yo misma sabía lo que signficaba ser intensa! Solamente vivía (y vivo) en esa intensidad.

A propósito, esto también refuerza mis ganas de salir a chequear en mis vínculos lo que cada quien cree, piensa, siente sobre lo que dice.

Como sea, hoy me quedo en este mar agitado de incertidumbre e impresición, de pasión e intensidad que  recibo en mí con los brazos abiertos en todas sus acepciones.

Mientras tanto, ¡JAG SAMEAJ y FELICES PASCUAS!

Cyndi Viscellino Huergo ®Todos los derechos reservados




jueves, 27 de marzo de 2014

La sabiduría canina o cómo permanecer con mis incertidumbres

El otro día, observando a un perro escarbar la tierra, me quedé pensando que parecía estar seguro de que iba a encontrar aquello que buscaba. Parecía saber que allí había algo escondido, algo que no veía pero olía, intuía, percibía. No sé si buscaba algo que él mismo había escondido allí o si era un algo enterrado por otro. Su afán y su persistencia me resultaron llamativas.

Lo veía concentrado en su actividad, con ahínco. El resto del mundo pasaba a su lado y él no le prestaba la más mínima atención. Mirándolo mover la cola, se me antojó que su comportamiento demostraba un cierto placer en la búsqueda, algo de excitación y, tal vez, un poco de ansiedad.

Yo necesitaba seguir mi camino y no llegué a saber si, finalmente, encontró lo que buscaba. Pero evoqué recuerdos de otros perros, de otras excavaciones, e imaginé posibles desenlaces:

- "si encuentra lo que busca", me dije, "tal vez tome eso con la boca, lo muerda, lo lama, lo olfatee, lo aprisione con las patas; salga corriendo moviendo la cola y lanzándolo al aire y juegue..."

- "¿y si lo que encuentra no es de su agrado o no es lo que estaba buscando? Mmm...tal vez lo observe, lo revise, opte por hacer algo de todo lo anterior o lo abandone y se aleje...."

- "tal vez, retome la búsqueda en otro lugar, unos metros más allá...O quizás, no la reanude para nada. Al menos no en ese momento, al menos no ahí."

- "¡Ah! Pero tal vez si sigue sin hallarlo continúe hurgando en el mismo lugar, cada vez más profundamente. Me lo imagino energizando su búsqueda: uff...acelera el ritmo de excavación, lo hace con más fueza y se esfuerza para ir más allá de ciertos límites que se le imponen, hasta cansarse."

- "Tal vez, sea lo que sea que halle, decida volver a enterrarlo."

De repente, me dí cuenta que muchas veces siento que hay algo dentro de mí que intuyo, percibo, huelo que está ahí, esperando a ser desenterrado.

Y me dí cuenta que mis reacciones suelen ser como las del perro: a veces feliz por encontrarlo, a veces decepcionada por lo hallado (¡porque busco con alguna expectativa!), a veces indiferente.

A veces hago un esfuerzo tan grande por hurgar y profundizar que me canso y no logro ver que ciertos límites están ahí mostrándome que, tal vez, ahora no sea el momento y éste no sea el lugar...

De a poco, voy aprendiendo de la sabiduría del perro. Voy validando mi propia sabiduría.

Veo que es posible volver a mi excavación en otro momento o "un poco más allá" en el terreno, que el acto de remover la tierra en sí mismo, puede ser placentero, excitante y de una ansiedad movilizadora de aspectos míos aún sin descubrir.

Que no por no hallar lo buscado, la búsqueda es en vano. Me queda el sabor de saber que tengo todo una inmensa geografía por recorrer, la de mi propia persona, llena de cosas por descubrir, plenas en matices, colores y sensaciones a mi disposición.

Cyndi Viscellino Huergo ®Todos los derechos reservados





jueves, 20 de marzo de 2014

Amor, amor, amor...nació de tí, nació de mí...

Revisándome en mi estar en el mundo detecto una especie de saturación de mis sentidos y percepciones.

Como si la estática, la interferencia y el ruido blanco se hubieran apoderado de mí.

Mi visión, en la híper-estimulación del entorno, comienza a desenfocar.
"¿Desenfocar de qué o quién?", me pregunto.
"De mí, ¡claro!", me respondo.

Cuando logro detenerme unos instantes lo que hallo es silencio; una paz y un equilibrio internos que me conectan con lo que subyace. Y, súbitamente, me aparece la palabra "amor"...

Hoy, así como estoy, la palabra me remite a un concepto que se me antoja perturbadoramente trivializado, manoseado, aligerado, sobreanalizado. Mientras seguimos enviándonos corazones y "te quiero" por el muro de la red, por los mensajitos de aplicaciones telefónicas y/o por correo electrónico, cada vez nos cuesta más mirarnos a los ojos unos instantes, con mirada transparente e intensa para poder profesarnos el amor frente a frente. Hablo de las miradas que, como dicen los poetas, son los espejos del alma.

No es que voy en detrimento de los medios ni de las maneras que, en definitiva, acercan distancias geográficas y temporales tangibles, ayudándonos a estar en contacto. ¡Para nada! Para mí son tremendos aliados. Me han permitido entrar y permanecer en contacto con personas maravillosas y también me enseñaron a compartir mi corazón, mis emociones y mis pensamientos.

Sólo digo que por momentos extraño los abrazos, las miradas genuinas, el contacto cálido con las manos del otro que me recuerdan y me re-contactan con nuestra imperfecta y maravillosa Humanidad.

Me gusta afectar y ser afectada por el otro "en vivo y en directo", también.



Vuelvo a revisar mi sentir y mi experiencia en este exacto momento y me encuentro con el incalculable y valiosísimo tesoro de amar y ser amada.

¿Cómo es para mí amar y ser amada?

Como en un tobogán de agua de esos largos, lúdicos, espiralados y luminosos de los parques de entretenimientos, no puedo (¡ni quiero!) dejar de deslizarme en mis pensamientos y sensaciones para sentir las cualidades de estos amores en mi vida.

Hoy me siento libre.

En ese estado de libertad, encuentro que amo sin expectativas, sin demandas, sin condicionamientos. No re-quiero al otro que deje de ser quien es, que "cambie" para ser como a mí me gustaría que fuese.

Me gusta ser amada con esa misma libertad. Las manifestaciones mutuas de ese tipo de amor me resultan espontáneas y alineadas con quienes estamos siendo en el momento del encuentro, sea éste de la índole que sea: sexual, amistoso, filial, fraterno. A veces, irritados por haber sido demorados por el tránsito de la ciudad, a veces ocupados en nuestras tareas cotidianas, a veces cansados o con sueño, a veces exaltados y exultantes, con ganas de estar uno junto al otro todo el día, todo el tiempo, compartiendo hasta lo más pequeñito en lo cotidiano.

A veces uno en una punta, el otro en la otra, cada uno "en lo suyo", "en su mundo" compartiendo el espacio y el tiempo cronológico, pero no el "kairológico".

No digo que esto me resulte siempre sencillo. Estoy "desaprendiendo" una manera de amar que me fue indicada como la "correcta" y que me llegó por cultura, familia y sociedad.

En mi experiencia, lo que me permite ir resignificando mi historia de vivir el amor  es haber aprendido a amar y valorar mi propia libertad, mi necesidad de soledad, de espacio interior -y exterior-, de introspección, de esencia existencial, de enriquecimiento con lo que en verdad me gusta y disfruto íntimamente.

Pero muchas veces, lo que yo disfruto no incluye al otro ser amado. A él a veces lo aburren mis cosas, o no están dentro de su rango de intereses; y lo mismo me pasa a mí con él y algunos de sus intereses.

¿Significa esto que lo ame menos?  Definitivamente...NO.

Esto me lleva al siguiente envión en el tobogán: no necesito al otro para estar bien conmigo.
Al menos no todo el tiempo ni todas las veces... Así que, puedo entender que esa otra persona tampoco me necesite para estar bien consigo misma, ni todo el tiempo ni todas las veces.

Sigo en el envíon y veo cómo aparece el disfrute de hacer cosas que a mí me gustan, entendiendo que el otro puede no querer hacerlas conmigo porque...no le gustan, ¡así de sencillo!.
Y viceversa, por supuesto...

¿Cómo puedo yo pasarlo bien, o ese otro pasarlo bien si nos obligamos a compartir lo que no nos gusta?

Para ser honesta conmigo, cuando me permito hacer lo que me gusta, con quien me gusta, siento que crezco. Una persona que respeta mis espacios personales sabe que salgo enriquecida de esos espacios y puedo aportar algo nuevo y refrescante a nuestro vínculo cuando nos reencontramos.

Supongo que a esa persona le pasa algo parecido...(igual, para no suponer, me gusta preguntárselo).

Así pues, si hablo de mi pareja por ejemplo, que él salga con sus amigos, mire los partidos de fútbol, practique sus deportes favoritos, asista a seminarios de mecánica automotriz o a los eventos de una empresa, que dibuje, haga crucigramas, practique sus hobbies o se "tire" en el sofá a mirar la tele sin hablar es algo que creo comprender y gusto de respetar.

También me gusta y espero que él respete mis charlas y salidas con amigos, mis investigaciones astronómicas, mis lecturas de ensayos sobre Counseling, mi extraña afición por las palabras o mis momentos de profundo silencio.

Estamos juntos porque nos elegimos, nos respetamos, nos admiramos, nos damos el soporte para el crecimiento personal y nos amamos más allá de nuestras diferencias.

Estamos juntos porque, desde este lugar, nos sentamos a mediar qué cosas elegimos y/o necesitamos compartir. Estamos juntos porque nos escuchamos, nos potenciamos -en dupla o individualmente-.

Estamos juntos porque nos comunicamos, a veces con dificultad, pero siempre con la mejor intención de llegar el uno al otro en forma genuina.

Tenemos disensos, claro, y muchas veces no llegamos a un acuerdo. Pero sí respetamos y comprendemos que no somos iguales, que pensamos distinto y que, no por ello, nos amamos menos.

Por el contrario, ese disenso, en general, nos ayuda a reflexionarnos como individuos y como dupla, ya sea de pareja, de amigos, de hermanos, de colegas...

Estamos juntos porque sabemos que nos vamos modificando permanentemente y sabemos que elegirnos es algo cotidiano.

Estamos juntos porque sabemos que alguna vez podemos elegir ya no estarlo y esto no nos impide construir este presente desde el mejor lugar que podemos ahora.

El amor, para mí, no es un esfuerzo pero sí es una tarea, He descubierto que, a medida que me aprecio, me valoro, me acepto, me perdono, me asumo y me amo más como soy, más fluidamente aprecio, valoro, acepto, perdono, asumo y amo más al otro.

Helo aquí: "Ama a tu prójimo como a tí mismo". Dos mil años de una frase que parece seguir siendo motivo de debate, de ver cómo lograrla y de qué forma practicarla.

Todas las religiones, todas las espiritualidades hablan de lo mismo: el amor como único camino.

El amor del que yo hablo es el Amor que deseo experimentar, vibrar, sentir, vivir para mí y para los otros.

Es el Amor que me confirma que soy una persona completa, decidiendo compartir con otra persona completa la riqueza de nuestra vital Humanidad.

Es el Amor que me enriquece, enriqueciendo y siendo enriquecida.

Es el Amor que no se sacrifica hasta aniquilarse, sino que me duele a veces mientras crezco hasta sanar mi alma mientras recorro mi propio y sabio camino, deseando que el otro recorra su propio, sabio, sanante y saludable camino de vida.

Y cuando digo "Te amo"´, me gusta decirlo de manera plena, poniendo el corazón en cada letra, brindándome al otro abiertamente pero no olvidándome nunca de mí.

Porque ese "Te amo" también me lo dedico.

Me gustaría cerrar este paseo reflexivo dándoles las gracias por recorrerlo conmigo y ofreciéndoles un abrazo cibernético que anhela ser dado personalmente.



Hasta el próximo encuentro.

Cyndi Viscellino Huergo ®Todos los derechos reservados







miércoles, 12 de marzo de 2014

Entropía: cuando no existen las direcciones, los sentidos ni el tiempo.

Algo dentro de mí está queriendo convertirse. Algo está transformándose.

Algo me golpea suave pero firme en el medio del pecho desde adentro, de vez en cuando.

Aunque lo hace frecuentemente en estos últimos dos o tres días, pidiendo que le abra la puerta (que yo me abra) para salir a explorar -y explorarse-. Parece que al salir, cobrará otra forma. O se re-formará. O se formará según su propio potencial, quién sabe... Pero por el momento, "algo" se siente bien siendo ese "algo" que es y que puede cambiar, mutar, convertirse, crecer y evolucionar en "algo" distinto a lo que es ahora en este preciso momento.

El im-pulso se convierte en palabra. Torpe, tal vez. Confusa y vaga, como el propio "Algo" que la motoriza. La palabra es pulso y el im-pulso salta al vacío, a la hoja en blanco que la excita y la intimida al mismo tiempo.

"Algo" comienza a latir fuerte en mí y se expande por todo mi cuerpo, sin un orden aparente o entendible para mi razón, pero con la consciencia de que el desorden tiene su propio sentido.

La creatividad pide pista pero se siente perdida...¿por dónde ir? ¿Cuál es el camino? ¿Cómo manifestarse?

Me dejo llevar por esta incertidumbre, esta latencia, esta potencia, este pulso.

 
Mi entorno contribuye, en su bullicio y sus gritos con mi confusión. En medio de este caos externo, mi im-pulso se asoma a la puerta que estoy abriéndole y siente miedo de salir, de manifestarse, de mostrarse. Siente que el afuera es amenazador. La creatividad siente una inicial sensación de destrucción.

Suspiro profundo y "algo" se retrae. Mi mente no logra enfocar. El pulso se im-pulsa y decide resurgir en otro momento.

¿Será, acaso, este escrito descriptivo y sin pretensiones, la nueva forma de "algo" en mí...?

Hoy es el día después. Sin embargo, hoy es el día en que todo comienza de "nuevo".

Hoy es la entropía manifestándose.

Cyndi Viscellino Huergo ®Todos los derechos reservados




lunes, 6 de enero de 2014

Emergiendo...

Siento el dolor del futuro conocido...

Las cadenas se han roto.  Empiezo a moverme pero ya no soy el de antes incluso ahora, cuando soy más yo mismo que nunca.

Mis movimientos son lentos pero firmes.  Me yergo y miro hacia arriba.

Luz a través del agua. ¿Sol?  No, es demasiado brillante y cercano pero no cálido sino hirviente.

¡Fuego!

Braceo para emerger.  El rojo intenso se apodera del azul oscuro y lo convierte en un violeta brillante.  Intento atinar la salida, pero no puedo hallarla aún.  ¡Debo hacerlo!  He visto lo oculto, tengo más armas para la defensa ante las águilas que todavía esperan allí afuera...

Nadando diviso un rostro difuso sobre el agua y el fuego: el tuyo.  Distingo un gesto distinto de aquel que me convirtió en Prometeo y reparo en mi error: estás esperándome para recibirme y explicarme mi mundo.
 
¿Es que acaso has visto los rincones ocultos al cielo tal como yo los he visto?

Estoy asustado, lo que me espera fuera de esta inmersión es la realidad. La tuya.  La de ustedes.  La del mundo.
 
Comienzo a los manotazos. 
 
 
Finalmente mi cabeza asoma por sobre el agua.  El azul transformado en violeta brillante transformado en rojo se convierte en gris. 
 
Seguís allí, ausente de mí, presente en tu vida.  La lluvia cae sobre tu piel, que es tan distinta a la mía.
 
Piso suelo ¿firme?.  Mi cuerpo es agua, tierra y aire.  La lluvia es de cobre. Las gotas que caen desde las alturas se tornan verde al rozarme; será porque el cobre reacciona ante mi necesidad de sentir.  Mi piso es claro, cálido, distinto y se extiende hasta tus pies remotos, que se apoyan primero en un frío colchón de otros ratos ya caídos.
 
Te miro fijo y noto cómo la lluvia te cubre por completo.  Parece que llueve más intensamente en tu espacio.  Girás la cabeza hacia arriba y entrecerrás los ojos, deseando ver el sol que tu nube oculta.  ¿Lograrás verlo?
 
Mientras tanto, yo me muevo con soltura y liviandad.  La lluvia se transforma en una tormenta que me cubre de euforia, en una lluvia que me viste de recuerdos del presente, en un rocío que me cuenta tu historia sin mí.
 
Y vos frente a mí, mirando hacia arriba, bajo tu nube, buscándome...
 
Cyndi Viscellino Huergo ®Todos los derechos reservados