martes, 24 de septiembre de 2013

Kairós, Cronos y Caos...


Siento el dolor del futuro conocido atropellándome hasta dejarme tambaleando. La espesura se cierne sobre mí, mis ojos se entrecierran para ver mejor pero estoy ciego en medio de la niebla.

Cuando la bruma me envuelve, comienzo a dudar de mis sentidos. Estoy expuesto, solo, desnudo. Gira un tornado que me arrolla, pero sé que si extiendo los brazos rozaré otras pieles, otros cuerpos y entonces sabré que todo sigue ahí, un poco movido de lugar, pero rodeándome al fin.

Comienzo a los manotazos. Me muevo desesperado por alcanzar esa piel, por tocar ese cuerpo.

Pero... ¿dónde está?

Mis pies pisan un terreno pedregoso, árido, irregular. Las plantas se lastiman y sangran. Los vientos revuelven mi pelo y mi mente anida ideas apocalípticas. “No debo dejarme vencer.”  Voy ciego por este terreno, a tientas.

Comienzo a llamarte, a llamarlos. Mis labios se mueven pero no emito sonido alguno aunque yo me escucho fuerte y claro. No sé de dónde saco mis fuerzas para seguir, me siento tan cansado...

De repente, mis pies sienten el frío del agua, un agua que me cubre sin siquiera moverme de donde estoy. Los manotazos se convierten en brazadas y ya no siento el dolor de los pies. Me doy cuenta que no estoy apoyado sobre nada.

El agua me cubre por completo pero ¡puedo respirar! y mis ojos...mis ojos, ven.

Azul profundo. Desolación. Y la punta de mis dedos que no te alcanzan...

Me hundo. Miro hacia arriba y no siento ganas de salir. Vuelvo a abrir la boca y las palabras siguen sin querer salir.  Están mudas, como mi alma. (Necesito que vengan a buscarme.)

¿Dónde están? Peso mucho, siento mucho este azul profundo.

El tiempo se detiene. El tiempo...una sucesión de recuerdos que se entremezclan sin cesar: tu mirada, ellos, mis batallas, tus labios prometiéndome el mundo, mis ojos ciegos viendo todo lo inabarcable. Mi sangre se acompasa a ese tiempo. Cada célula me habla de mis cimientos y me grita que no permita que mi tiempo se detenga. Las células son un regimiento desesperado y disperso que intenta ponerme en movimiento, para no morir. Pero yo no percibo nada ahí afuera...

Estoy en la eternidad, desde hace milenios. La nada y el inicio, la creación y yo.

Pero sé que alguien más está aquí. ¿Dios? ¿Vos? Siento que todo está por comenzar, la secuencia de eventos que originan las cosas está produciéndose frente a mí, dentro de mí. 

El tiempo está por estallar. Desde afuera, una ola gigante de irremediable vastedad corre hacia mí: es el Caos, la vibración sensual de los elementos que se aman desenfrenadamente, generándolo todo. Al frente de ellos, comandándolos, un dios rugiente que se abalanza con mirada altiva, desafiante y victoriosa; me ve inerte y elige ser mi destino hasta la explosión: ¡Cronos decidió devorarme!


De pronto, algunos giran sobre sí y me ven. Se detienen estupefactos: no saben si soy una aparición del cielo o del infierno. Se paralizan, éstos con admiración, aquéllos con terror. Muchos intentan tocarme, sin importar lo que simbolice. Les atrae verse y desafiarse en una imagen diferente de aquel que los lidera y, no obstante, igual a ellos.

Hay esperanza en sus ojos. Conocen cosas pero no son conscientes de ellas. Aún así, yo soy el que está desnudo frente a ellos, reflejo y reflejado. Se acercan y se disputan quién se quedará conmigo para alimentarme, bañarme, mecerme, educarme o amaestrarme, para convertirme en lo que ellos creen que debo y puedo ser: uno más. ¿Cómo hago para decirles que ya he despegado, que mis pies no tienen suelo y mi cabeza no tiene cielo? ¿Que he visitado lugares que creí que no existían y aprendido dolorosa y pacientemente a gobernarme?

Estoy listo para esta espesura que comienza a disiparse. Comienzo a vestirme. Es satisfactorio estar de regreso, indica que por esta vez, he sobrevivido.

 
Cyndi Viscellino Huergo ®Todos los derechos reservados