miércoles, 18 de junio de 2014

Sshh...¡de esto no se habla! (De la furia, el caos, el enojo y el duelo)

Las Furias Griegas, en la mitología, nacieron de la noche y trataban de restablecer el orden perdido.
Siendo una noche de luna llena en el distrito federal de este país del Sur del planeta, estoy furiosa

El Caos está instalado en mi interior desde hace al menos una semana. (Quedo resonando con la palabra "caos": lo que existe antes que todo, ese "espacio que abre"...). 

Las causas de mi furia son múltiples y ancestrales, pero creo que puedo resumirlas en un par que detecto en este momento: ser traicionada y mis muertes sistemáticas.

Bueno, tal vez y sólo tal vez, hablo metafóricamente de mis muertes...o no. 

Descubrí que he muerto de muchas maneras: una vez morí de amor; otra vez morí de pena; en otra oportunidad, morí de soledad. También morí de abandono; morí de decepción. Morí de hastío. Morí de hartazgo. Y una vez, morí de inocencia.

Hace no mucho tiempo y repentinamente, descubrí que me sometía a morir sistemáticamente cada vez que alguien lo requería. Si mis pares necesitaban que alguien se inmolara ahí estaba yo, disponible y dispuesta.
Solía transitar por mi vida sintiendo que yo era la única responsable de todo -o casi todo- de lo que pasaba en mi mundo.

Hubo un momento en mi historia en la que fui ofrecida al sacrificio sin alternativa y sin ser la responsable del motivo de mi muerte. Ese momento coincide con uno en el que yo aún no tenía opción, ni elección, ni posibilidad. Ni siquiera sabía que existía una. Era pequeña y otros decidían por mí. 

Existió, sin embargo, otro momento en el que noté que, incluso cuando yo decidía y elegía no sacrificarme, era traicionada por mis pares. Desde mi percepción y, en otras palabras, esto es lo más parecido a ser la persona sacrificable del conjunto.

Esto me lleva a otro punto: el heroísmo. Se supone que los héroes son aquellos que, de manera abnegada, realizan actos extraordinarios, mostrando un eminente esfuerzo de voluntad. Frecuentemente, los actos heroicos suelen ser al servicio de alguien más, son altruistas. El héroe prioriza el bien ajeno a costa del propio. Aquí encuentro una trampa mortal: el heroísmo puede ser un lugar seductor, especialmente si nuestro acto heroico responde a la idea de que alguien más nos lo pide, con la promesa de convertirnos en "inmortales" (¡nuevamente la paradoja!) si damos la vida por ese alguien. En nuestro heroísmo está la promesa de ser aceptados, admirados, amados, respetados. No estoy hablando de la inmortalidad religiosa y/o espiritual, porque esa tiene un sentido de eternidad que la inmortalidad a la que me refiero no posee.

Cambiar la propia vida por la promesa de ser inmortales, según el otro

En mis muertes sistemáticas (repito esta última palabra porque esas muertes proceden de ciertos principios rígidos de mí) en algún momento me encontraba en el punto en donde para que todo el equipo, el grupo, el/ los otro/s saliera/n airoso/s de situaciones apremiantes, yo daba mi vida: laboral, personal, profesional, vincular.

Es que, ¿saben? yo soy una persona "fuerte", yo me "la banco", yo "resucito"... 

Pero tal parece que, al igual que en el dicho sobre el gato, al cabo de varias vidas perdidas me queda sólo una restante. 

Me doy cuenta que ahora la decisión sobre si me inmolo, si me sacrifico, si me convierto en heroína o si me hago responsable de todo -o casi todo- es completamente mía. Hay en este acto de responsabilizarme una maravillosa sensación de libertad.

Pero también hay miedo. Intenso. Interminable. Paralizante. Pararme frente a mis verdugos, enfrentarlos y decirles que ya no soy una víctima disponible ni dispuesta, que sólo elijo hacerme responsable de lo mío, que si el precio para que me respeten, me amen y me consideren es mi propia muerte (cosa que ya no me interesa en lo más mínimo), es aterrador.

Tuve que armarme de mucho coraje. Me llevó un largo tiempo juntar el valor necesario (al menos a mí me pareció un tiempo largo). Por momentos creí que no podría hacerlo; no sabía cómo. Me faltó el aire (a veces todavía me falta), me ahogué, apenas salía mi voz. Pero me queda una sola vida y si la apreciación y valoración de mi persona me esclaviza, no parece ser dada desde el amor sino desde la limitación.

Entonces pude. Lo hice. Los miré de frente y les dije: "Ya no más."

Profundo, prístino alivio. Una gran alegría. Sensaciones majestuosas, brillantes, ¡nuevas!

Dicen que no valoramos lo que tenemos hasta que lo perdemos. Yo valoré lo que no tenía cuando lo recuperé: el Poder, MI poder. "Poder" como potencialidad, como personal habilidad para ser yo misma, sin necesidad de sacrificarme por nadie, responsabilizándome de mí misma, siendo libre. 

Dar ese paso aliviador es sólo el comienzo, sin embargo. Ahora estoy transitando el camino del caos, de la sensación de estar perdida, casi en estrés post-traumático. Necesito reconocer esta nueva persona que estoy siendo.

En este reconocimiento además de la sensación de alivio, de libertad, de felicidad, también hay enojo, tan intenso e interminable como el miedo inicial; un enojo que por momentos se transforma en furia.

Así estoy hoy, siendo una noche de luna llena en el distrito federal de este país del Sur del planeta. Furiosa.

Y si las Furias Griegas trataban de restablecer el orden perdido, parece que este es el camino para restablecer ni propio orden, mi propia vida, mi propio ser una vez que atraviese mi caos personal.

Estoy duelando: una antigua yo acaba de morir.

Y en lugar de estar triste y llorando, estoy feliz y aliviada. También estoy desconcertada y enojada. Enojadísima, como ya se habrán dado cuenta. Este es mi propio duelo, distinto y personal. Disfruto de contactar con mi enojo, mi ira, mis furias. Siento que darles cabida es sanador.

Y de pronto un par de personas por allí me están diciendo:"¡¡¡Ssshhh...!!! ¡¡¡De esto no se habla!!!"

No vaya a ser cosa que contacte con mi humanidad y no sea tan buena como parezco...

Cyndi Viscellino Huergo ®Todos los derechos reservados

Escultura: "Lacoonte y sus hijos", Ribera - Museo del Prado

jueves, 5 de junio de 2014

¿Solitariamente popular o popularmente solitaria?

Desde pequeña me ha gustado estar sola. Por aquel entonces lo atribuía a mi alta popularidad que, por cierto, yo no buscaba pero "me seguía" allí, adónde iba.

Renegué de mi popularidad durante...casi toda mi vida. Ser extravertida, abierta y sociable tenía para mí un costo altísimo: todos parecían tener ciertas expectativas con respecto a  mi ser en este mundo, a mi estar, a mis desempeños. Al menos así era como yo lo percibía. Me auto-exigía para poder llegar a la talla que yo creía que los demás me asignaban (y a veces, así era...). Me obligaba a mí misma a ser "buena" en todo y con todos, a ser "ejemplar", según los requisitos de mis mayores, de mis pares, de mi cultura. 

Me puntuaba a mí misma en base a resultados medidos y otorgados por los demás. Ellos me ponían en el podio y me pedían "un campeonato más". Ese mismo puntaje, para mí, nunca era lo suficientemente alto. Yo sentía que la medalla de oro era el nivel más bajo de mi escala de logros. 

El precio que pagué por estar ubicada en ese lugar fue el de perderme a mí misma en la multitud.

Cuando el bullicio de esa multitud me ensordecía hasta ahogarme, me aislaba del mundo: disfrutaba en soledad de la música, de la lectura, me quedaba por largas horas en silencio, sin hacer contacto con el mundo exterior. ¡Y vaya que escuché música y leí libros!

Pero después de un largo rato (a veces días), sentía que la soledad me instalaba en un lugar de desamparo, de desamor y de la necesidad de que ahí afuera hubiese alguien que me viera para que yo, acá adentro, cobrara entidad.

Al final, también me perdía de mí estando sola...

Estuve casi toda mi vida perdida de mí. 

A medida que fui poniendo conciencia, amor, paciencia y confianza en mis días, en mí misma, noté que mi soledad no era siempre igual sino que tenía facetas múltiples y coloridas. 

Ahora sé que una de mis soledades es la física, la que ya mencioné, la que implica que no haya personas a mi alrededor. Disfruto de mis charlas conmigo o del silencio que obtengo con la certeza de que no será interrumpido desde el exterior; ese silencio que a veces revela a los gritos mis propios ruidos internos y en otros momentos me lleva a lugares de quietud, con conciencia plena de mí misma; a lugares de una paz derivada del placer de encontrarme. 

Otra de mis soledades implica reconocer que me gusta saberme sola. He descubierto dos cosas con esto: primero que puedo, que soy suficiente como persona, que tengo un mundo interior riquísimo de experiencias, sueños, pensamientos, sensaciones, emociones, recuerdos, sentimientos; segundo, que puedo no poder, que a veces necesito dejar esa soledad para salir a buscar a alguien que me dé una mano para ver el camino, para escuchar(me), facilitándome panoramas, incluso orientándome -aunque no dirigiéndome-.

A medida que me permití conocerme en esos lugares de soledad y, en mis propios tiempos, descubrí también que disfruto de ser extravertida, abierta y sociable...¡me encantan las personas! Es maravilloso conocerlas, darme la oportunidad de mostrarnos, de ofrecernos, de recibirnos.

En un momento, no sé cuándo, noté que mi manera de hablar había cambiado. Dejé la conjunción disyuntiva "o" para ocasiones puntuales y particulares y empecé a reemplazarla por la conjunción copulativa "y". De repente, iba sintiendo que soledad y popularidad convivían en mí pacíficamente, que no se excluían mutuamente sino que se complementaban.

Esto mismo me pasó con otras cualidades de mi existencia. ¡Aún me pasa!

Así, a mi propio paso, fui re-constituyéndome como individuo.

Al final de cuentas, "individuo" significa "que no se puede dividir"...

Hoy me siento bastante entera, ya no voy por el mundo siendo para cumplir las expectativas de nadie, al menos la mayor parte del tiempo. Trato de mostrarme de mi manera más genuina posible. Elijo que aquellos que me aprecien lo hagan por lo que ofrezco siendo quien soy, no por lo que ellos necesitan que yo ofrezca y sea. También elijo recibirlos por lo que ofrecen siendo quienes son, no por lo que yo creo necesitar de ellos.

Ahora siento que mi extraversión, mi apertura y mi sociabilidad son más honestas, con ellos y conmigo.
Y también busco y valoro de manera diferente mis momentos de soledad. Ahora siento que podemos comunicarnos con nuestras propias formas, sin exigirnos ser quienes no somos.

Reencontrarme en medio de la multitud me llevó gran parte de mi vida. Me siento feliz notando que aún me reencuentro, que transito lugares dentro de mí que me son novedosos, que ni siquiera sabía que estaban allí. Siento que mi extensión interna es infinita y me veo frente a eso con la frescura y la inocencia de mi niñez, permitiéndome la sorpresa permanente. Este tránsito no me es fácil pero percibo que es simple.

Voy permitiéndome y disfrutando del conocerme, con mis luces y mis sombras.
Me permito darme la bienvenida a esta que soy, inacabada, en crecimiento, por momentos incongruente, temerosa, valiente, novel, ignorante pero con experiencia.

También les doy la bienvenida a todas aquellas personas que tengan ganas de compartir su individualidad conmigo. Después de todo, descubrí que dos individuos enteros forman todo un nuevo universo.

Y desde pequeña, yo quiero ser astronauta...



Cyndi Viscellino Huergo ®Todos los derechos reservados