viernes, 2 de enero de 2009

Ser aire...



Año 2009...

Apenas ayer recuerdo estar hablando con el chico que me gustaba cuando tenía 10 años en un recreo y preguntarnos "¿Qué pasará cuando llegue el año 2000? ¿Dónde estaremos? ¿Cuántos años tendremos?" y allí mismo sacar los cálculos sin equivocarnos...¡Dios! ¡Faltaba tanto!

Y aquí estamos, casi terminando la primera década del tercer milenio occidental...

Cambié algunas cosas de aquello que deseaba originalmente, ahora quiero morar en las estrellas y elevarme con todo mi ser hacia la iluminación. Es un camino arduo, largo, sin concesiones ni atajos que comencé hace ya mucho. No sé si llegaré a tiempo -¡lo mundano tiene tantas limitaciones!-. A veces siento que no logro más que subir unos pocos centímetros...pero existen instantes donde el espíritu es succionado como un tornado hacia arriba alborotado, exaltado, sorprendido y danza con un compás frenético, pero que conozco desde las vísceras, desde lo antiguo...una epifanía pareciera surgir e ir asegurándome que estoy yendo por donde debo.

En esos momentos me siento completa, satisfecha, etérea sobre el pasadizo del camino correcto hacia el lugar indicado...¡ah! ¡Qué placer supremo! Mi mente se va descongestionando de todos los avatares para visualizarlos con mayor claridad, para bañarme en el este nuevo avatar, el de la encarnación terrestre de alguna deidad...o de todas.

El Kosmos y yo somos uno solo. Alinearse a ese orden, a ese eje que me atraviesa, que me hace girar y me desplaza a voluntad es tarea fundamental, anhelada, buscada intensamente por mí.

El aire es lo que me da vida. Lo inspiro y me inspira, lo espiro y me espira y en esa diálectica sensual, ambos nos alimentamos y nos definimos, nos desdibujamos y nos aplazamos para apasionadamente volvernos viento y furia, brisa y afecto, todo y elevación.

Como es arriba, es abajo. Como es abajo, es arriba. El viento suave proviene del mar durante el día y de la tierra durante la noche y el fuego danza a su compás. El quinto elemento, el que conjuga las propiedades de estos cuatro y conforma su máximo equilibrio los exalta y los eleva hasta penetrar cada átomo con su poder primigenio.

Entonces, quiero convertirme en el éter de Pitágoras, en la Piedra Filosofal alquimista que me lleve hasta lo sublime, lo intangible, lo verdadero, la sabiduría: al interior de mí misma.

Dicen que allí, moran todos los secretos...