miércoles, 11 de febrero de 2009

Ser tierra...

Creí que cuando fuera tierra estaría enraizada sabiendo exactamente cómo me manejaría terrenalmente.

Ahora sé que sólo puedo estar en tierra firme cuando mi intelecto lo solicita, porque mi espíritu fluye libre despegándose de la superficie. O se ahonda en lo profundo del planeta, llegando al magma aún candente, iridiscente y purificador primigenio. Aunque a veces son las napas profundas de agua que se escurre veloz entre los nobles cristales desde hace miles de millones de años las que me reciben y mojan primero mis pies.

Busco la tierra cuando busco la seguridad de lo conocido, cuando aferrarme a mi historia se hace imperioso, cuando no me reconozco en el espejo y debo tocar un punto que me calibre para volver a saltar hacia el infinito. La tierra me ofrece la sabiduría de lo tangible, de lo que puede ser descubierto, de lo que no tiene misterios y, si los tiene, pueden llegar a descubrirse. Pero la tierra también alberga en sus entrañas algunos de los espíritus más nobles que necesitan descansar por un rato de su periplo por las dimensiones divinas. La tierra enlentece los enloquecedores galopes del agua, la velocidad atroz del aire o la incidiosa persistencia del fuego. La tierra modera. La tierra es lo más parecido al sentido común, con la ventaja que, al contrario de éste último, no se rige por modas, o culturas, o ideas humanas.

Hoy la tierra me llama, quiere que la recuerde, que le devuelva cosas que me hacen mal pero que ella sabe intercambiar en un diálogo inmemorial y negociador con sus tres compañeros elementos. La tierra me dará anclaje, resguardo y un cobijo seguro en mi sueño reparador.

La tierra me ayudará hoy a que me prepare para la próxima exploración hacia las profundidades del mar, la inmensidad del cielo o el enigma del fuego.

Gracias por esta manifestación de constante movimiento y vida. De eternidad e inmensidad. De pertenencia y libertad.

Ya casi estoy cerrando el círculo. No falta tanto. Y cuando ansíe, la tierra me enseñará las palabras de la espera, para saber disfrutar del toque celestial en su momento justo.

La satisfacción es mayor cuanto mayor es el deseo. Y sólo el tiempo genera mayor deseo. Cuando sea el momento y sólo entonces, tal vez la tierra me ayude a despegar con una convulsión sísmica que me obligue a separarme de ella.

Mientras tanto, a disfrutar, a sentir, a aprender.

Bienvenida a una nueva etapa.