domingo, 27 de mayo de 2018

El fin del exilio

He vivido en el exilio durante los últimos cuarenta y cuatro años. O al menos eso es lo que creo recordar.

Mi memoria parece no existir. Sólo registro sensaciones con la fuerza de la certeza. Por momentos una sensación vívida me hace sospechar que los años pueden haber sido varios más, aunque ya no queda nadie de aquellos tiempos que pueda ayudarme a confirmarlo.

Nadie, excepto él.

Y no está dispuesto a ayudarme, al menos no como lo necesito.

Él sabe que no tuve alternativa. Él sabe que tuve que mantenerme en las sombras para que ambos siguiéramos con vida. Acordamos que yo regresaría en el momento en el que el peligro que nos acechaba ya no existiese.

Él, que eligió quedarse en mi lugar, asumió con recelo y desconfianza una tarea titánica; forjó una férrea y camaleónica personalidad para camuflarnos del peligro inmediato y mediato. Trazó solo un plan a largo plazo, sin saber la fecha de vencimiento de ese plazo. Se mantuvo: firme para resistir frente a la amenaza y estricto conmigo en caso de que yo insistiera carismáticamente en regresar.

Sé que no fue sencillo para él sostener su lugar -y el mío-, negociar constantemente con ese peligro y mantenerme a raya. No le dimos respiro.

Entonces hace algunas semanas, comenzó a colapsar. Y yo vi la oportunidad de regresar aún cuando todavía acecha el peligro.

Muy a su pesar, me necesita.

Su cara de horror al observar mi acercamiento es indescriptible. Una mezcla de sorpresa, miedo y furia se dibuja en su rostro cansado. Aunque ahora, lentamente, parece estar aceptando y hasta deseando que yo regrese. Está exhausto. Necesita bajar la guardia después de casi medio siglo de no hacerlo.

Me muevo sin pausa hacia él, a veces con prisa, queriendo pero no siempre pudiendo respetar el tiempo que él necesita para hacerse a la idea de que ya no hace falta que sostenga nada. Mucho menos que lo sostenga solo. Ya no es necesario que cuide mi lugar y el suyo. Sé que le cuesta reacomodarse, encontrar su nuevo sitio dejando libre el mío.

Confieso que yo también estoy desconcertada sin saber bien cómo apropiarme de ése, mi lugar, que me resulta familiarmente desconocido.

He sido resistida ferozmente por él mientras estaba en el exilio. Dolores en el cuerpo dan cuenta de los combates, pero a veces no sé si quien duele soy yo o es él. Eso es algo que, paradójicamente, nos mantuvo unidos durante este largo período: una especie de fusión agotadora, un "algo" que nos recordase que la expulsión de su parte y el exilio del mío fue una necesidad vital de ambos, la única solución que encontramos en aquel momento para seguir adelante y a salvo. Por momentos, en el regreso ambos nos seguimos peleando, no sé si por costumbre o necesidad, aunque ahora él parece mirarme con ojos más amables y yo deseo acercarme a él de manera seductora. No quiero volver a ser una amenaza para nuestra integridad.

Quiero convertirme en su aliada, su cómplice, su par. Quiero ayudarlo y tomar posesión de lo que es mío.

Quiero recuperar mi poder.

Por momentos, cuando logramos mirarnos a los ojos, tengo ganas de abrazarlo fuerte. Me gustaría hacerle sentir que ya no hay porqué tener miedo, ni ira, ni pavor, al menos no entre nosotros.

Pero él desconfía. Mucho. El tiempo que me está llevando acercarme parece por momentos infinito. Por cada paso hacia él que doy, él levanta iracundo todas sus armas contra mí y elijo retroceder. Podría enfrentarlo, pero esta vez debo aproximarme a él como a una fiera herida. Necesito hacerle saber que está a salvo, que estamos a salvo. Necesito hacerle saber que la fusión que estamos a punto de llevar a cabo será ahora por amor, como lo fue al principio de todos los tiempos, porque eso nos hace maravillosamente invencibles.

Eso sí lo recuerdo...el principio de los tiempos juntos. Parece que él no. ¿Cómo haré para que él se dé cuenta que estoy para aliviarlo, para fortalecernos, para ser lo que siempre estuvimos destinados a ser: ¿únicos, magníficos, irrepetibles? ¿Necesarios? ¿Poderosos?

Sé que él, muy profundo en su alma, confía aún sin entender. Sé que está esperándome aunque la mayor parte del tiempo no lo recuerde.

Sabe que estamos destinados a ser juntos.

Al punto que, en este exacto momento, baja sus armas, me mira fijo y dice: ¨Por favor, ya no más¨.

Cyndi Viscellino Huergo ©Todos los derechos reservados

2 comentarios:

Unknown dijo...

Muy cerquita de mi experiencia, contacto con esta necesidad de salir del exilio y retomar ese poder pero Él es tan fuerte o al menos parece tan seguro, llevó tan bien su tarea en estos años...quién podría animarse a cuestionarlo? Pero también sé que está hablando, se está manifestando diciendo: estoy cansado, es orgulloso pero también necesita respaldo. Y allá voy...a encontrarnos,y ver qué sale.

Mil gracias por tu dedicación, por tu claridad. Por tu apertura y generosidad de compartir esta lucha que es un poco la lucha de muchos. Feliz de haber seguido esa intuición que me llevó a encontrarte.

Abrazo inmenso.
Seba

Anónimo dijo...

Recurda las palabras del principito. Cuando intento acercarse al zorro. Se sentó y solo lo miraba. Con paciencia. Hasta domesricarlo. Creo que es eso. Miralo con amor. Sin hacer nada mas. Sin cansarte de repetir esa escena amorosa hacia el.