jueves, 20 de marzo de 2014

Amor, amor, amor...nació de tí, nació de mí...

Revisándome en mi estar en el mundo detecto una especie de saturación de mis sentidos y percepciones.

Como si la estática, la interferencia y el ruido blanco se hubieran apoderado de mí.

Mi visión, en la híper-estimulación del entorno, comienza a desenfocar.
"¿Desenfocar de qué o quién?", me pregunto.
"De mí, ¡claro!", me respondo.

Cuando logro detenerme unos instantes lo que hallo es silencio; una paz y un equilibrio internos que me conectan con lo que subyace. Y, súbitamente, me aparece la palabra "amor"...

Hoy, así como estoy, la palabra me remite a un concepto que se me antoja perturbadoramente trivializado, manoseado, aligerado, sobreanalizado. Mientras seguimos enviándonos corazones y "te quiero" por el muro de la red, por los mensajitos de aplicaciones telefónicas y/o por correo electrónico, cada vez nos cuesta más mirarnos a los ojos unos instantes, con mirada transparente e intensa para poder profesarnos el amor frente a frente. Hablo de las miradas que, como dicen los poetas, son los espejos del alma.

No es que voy en detrimento de los medios ni de las maneras que, en definitiva, acercan distancias geográficas y temporales tangibles, ayudándonos a estar en contacto. ¡Para nada! Para mí son tremendos aliados. Me han permitido entrar y permanecer en contacto con personas maravillosas y también me enseñaron a compartir mi corazón, mis emociones y mis pensamientos.

Sólo digo que por momentos extraño los abrazos, las miradas genuinas, el contacto cálido con las manos del otro que me recuerdan y me re-contactan con nuestra imperfecta y maravillosa Humanidad.

Me gusta afectar y ser afectada por el otro "en vivo y en directo", también.



Vuelvo a revisar mi sentir y mi experiencia en este exacto momento y me encuentro con el incalculable y valiosísimo tesoro de amar y ser amada.

¿Cómo es para mí amar y ser amada?

Como en un tobogán de agua de esos largos, lúdicos, espiralados y luminosos de los parques de entretenimientos, no puedo (¡ni quiero!) dejar de deslizarme en mis pensamientos y sensaciones para sentir las cualidades de estos amores en mi vida.

Hoy me siento libre.

En ese estado de libertad, encuentro que amo sin expectativas, sin demandas, sin condicionamientos. No re-quiero al otro que deje de ser quien es, que "cambie" para ser como a mí me gustaría que fuese.

Me gusta ser amada con esa misma libertad. Las manifestaciones mutuas de ese tipo de amor me resultan espontáneas y alineadas con quienes estamos siendo en el momento del encuentro, sea éste de la índole que sea: sexual, amistoso, filial, fraterno. A veces, irritados por haber sido demorados por el tránsito de la ciudad, a veces ocupados en nuestras tareas cotidianas, a veces cansados o con sueño, a veces exaltados y exultantes, con ganas de estar uno junto al otro todo el día, todo el tiempo, compartiendo hasta lo más pequeñito en lo cotidiano.

A veces uno en una punta, el otro en la otra, cada uno "en lo suyo", "en su mundo" compartiendo el espacio y el tiempo cronológico, pero no el "kairológico".

No digo que esto me resulte siempre sencillo. Estoy "desaprendiendo" una manera de amar que me fue indicada como la "correcta" y que me llegó por cultura, familia y sociedad.

En mi experiencia, lo que me permite ir resignificando mi historia de vivir el amor  es haber aprendido a amar y valorar mi propia libertad, mi necesidad de soledad, de espacio interior -y exterior-, de introspección, de esencia existencial, de enriquecimiento con lo que en verdad me gusta y disfruto íntimamente.

Pero muchas veces, lo que yo disfruto no incluye al otro ser amado. A él a veces lo aburren mis cosas, o no están dentro de su rango de intereses; y lo mismo me pasa a mí con él y algunos de sus intereses.

¿Significa esto que lo ame menos?  Definitivamente...NO.

Esto me lleva al siguiente envión en el tobogán: no necesito al otro para estar bien conmigo.
Al menos no todo el tiempo ni todas las veces... Así que, puedo entender que esa otra persona tampoco me necesite para estar bien consigo misma, ni todo el tiempo ni todas las veces.

Sigo en el envíon y veo cómo aparece el disfrute de hacer cosas que a mí me gustan, entendiendo que el otro puede no querer hacerlas conmigo porque...no le gustan, ¡así de sencillo!.
Y viceversa, por supuesto...

¿Cómo puedo yo pasarlo bien, o ese otro pasarlo bien si nos obligamos a compartir lo que no nos gusta?

Para ser honesta conmigo, cuando me permito hacer lo que me gusta, con quien me gusta, siento que crezco. Una persona que respeta mis espacios personales sabe que salgo enriquecida de esos espacios y puedo aportar algo nuevo y refrescante a nuestro vínculo cuando nos reencontramos.

Supongo que a esa persona le pasa algo parecido...(igual, para no suponer, me gusta preguntárselo).

Así pues, si hablo de mi pareja por ejemplo, que él salga con sus amigos, mire los partidos de fútbol, practique sus deportes favoritos, asista a seminarios de mecánica automotriz o a los eventos de una empresa, que dibuje, haga crucigramas, practique sus hobbies o se "tire" en el sofá a mirar la tele sin hablar es algo que creo comprender y gusto de respetar.

También me gusta y espero que él respete mis charlas y salidas con amigos, mis investigaciones astronómicas, mis lecturas de ensayos sobre Counseling, mi extraña afición por las palabras o mis momentos de profundo silencio.

Estamos juntos porque nos elegimos, nos respetamos, nos admiramos, nos damos el soporte para el crecimiento personal y nos amamos más allá de nuestras diferencias.

Estamos juntos porque, desde este lugar, nos sentamos a mediar qué cosas elegimos y/o necesitamos compartir. Estamos juntos porque nos escuchamos, nos potenciamos -en dupla o individualmente-.

Estamos juntos porque nos comunicamos, a veces con dificultad, pero siempre con la mejor intención de llegar el uno al otro en forma genuina.

Tenemos disensos, claro, y muchas veces no llegamos a un acuerdo. Pero sí respetamos y comprendemos que no somos iguales, que pensamos distinto y que, no por ello, nos amamos menos.

Por el contrario, ese disenso, en general, nos ayuda a reflexionarnos como individuos y como dupla, ya sea de pareja, de amigos, de hermanos, de colegas...

Estamos juntos porque sabemos que nos vamos modificando permanentemente y sabemos que elegirnos es algo cotidiano.

Estamos juntos porque sabemos que alguna vez podemos elegir ya no estarlo y esto no nos impide construir este presente desde el mejor lugar que podemos ahora.

El amor, para mí, no es un esfuerzo pero sí es una tarea, He descubierto que, a medida que me aprecio, me valoro, me acepto, me perdono, me asumo y me amo más como soy, más fluidamente aprecio, valoro, acepto, perdono, asumo y amo más al otro.

Helo aquí: "Ama a tu prójimo como a tí mismo". Dos mil años de una frase que parece seguir siendo motivo de debate, de ver cómo lograrla y de qué forma practicarla.

Todas las religiones, todas las espiritualidades hablan de lo mismo: el amor como único camino.

El amor del que yo hablo es el Amor que deseo experimentar, vibrar, sentir, vivir para mí y para los otros.

Es el Amor que me confirma que soy una persona completa, decidiendo compartir con otra persona completa la riqueza de nuestra vital Humanidad.

Es el Amor que me enriquece, enriqueciendo y siendo enriquecida.

Es el Amor que no se sacrifica hasta aniquilarse, sino que me duele a veces mientras crezco hasta sanar mi alma mientras recorro mi propio y sabio camino, deseando que el otro recorra su propio, sabio, sanante y saludable camino de vida.

Y cuando digo "Te amo"´, me gusta decirlo de manera plena, poniendo el corazón en cada letra, brindándome al otro abiertamente pero no olvidándome nunca de mí.

Porque ese "Te amo" también me lo dedico.

Me gustaría cerrar este paseo reflexivo dándoles las gracias por recorrerlo conmigo y ofreciéndoles un abrazo cibernético que anhela ser dado personalmente.



Hasta el próximo encuentro.

Cyndi Viscellino Huergo ®Todos los derechos reservados







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