Comienza despojándose lentamente de la armadura que siempre creyó suya.
Hasta hoy.
¿Cómo no se dio cuenta antes que no se amoldaba a su fisonomía virgen?
No quiso. No supo. No pudo.
El peso del metal ha dejado marcas irremediables sobre su piel, moldeando su contorno en una forma impropia. Debía ajustarse al supuesto plan original. Aunque tal vez no es tan supuesto; tal vez este es verdaderamente el plan original. El tiempo, aliado imprescindible, ayudó a su cuerpo a adaptarse a un enfrentamiento y un argumento que nunca fueron suyos, como la armadura. Se mira y no se reconoce. No se parece en nada a aquella complexión pequeña a la que le fue colocada la plúmbea coraza, asumiendo de antemano que sería capaz de cargarla con agilidad y eficiencia.
Ese cuerpo alterado, maltratado, con cicatrices profundas -no siempre visibles como tales-, le deja saber la nobleza de haberse ajustado de manera precisa y perfecta a todas las demandas que cada batalla requirió de él. Su desempeño, infalible y disciplinado, le muestra un resultado exitoso en esa guerra improcedente que creyó genuina.
(¿Hay alguna medalla a este tipo de lealtad? Si la hay, sospecha que es ella quien debe otorgarla...).
"Es una de esas situaciones en las que el premio se vive como un castigo...otra vez", se dice en silencio.
Del mismo modo en que se ha dicho todo desde el principio.
Los humanos estamos llenos de ambigüedades que sirven para alejarnos de quienes somos.
En medio del impacto de la conciencia, con lágrimas afligidas rodando por sus mejillas, una señal de compasión y agradecimiento asoma en el fondo diáfano de sus pupilas negras. Frente a ella, sobre el acero gastado de la protección que la refleja desnuda, distorsión y torsión se amalgaman para devolverle una imagen sustituta. Sabe que su cuerpo cuenta una historia muy distinta de las que todos creen leer sobre él. (¿Acaso no sucede con todos los lectores de todas las lecturas?). Nadie, salvo ella, sabe de las heridas infligidas, los dolores insufribles -sufrir nunca fue una opción-, los combates encarnizados por su supervivencia, el legado no solicitado pero cargado, los recados y secretos transportados sin visa, la ingenuidad expropiada, las ilusiones destrozadas, la autoestima desestimada.
Si lo supieran, no la mirarían con desprecio y prejuicio. ¡Como si ellos mismos no cargaran, en marca de hierro, con sus íntimas historias sobre su piel!
Debe vestirse, pero no conoce el atuendo que se ajuste a su necesidad de ser libre. Sutil paradoja la de cubrirse para mostrarse.
Elige no seguir combatiendo, aunque sabe que las batallas pueden ser inevitables.
Hace apenas un instante, mientras sentía el aire fresco del tiempo presente finalmente acariciando su piel, descubre que una batalla puede transformarse en un juego. Amigable, divertido, relajado. La guerrera en ella posee las estrategias, las tácticas y la experiencia, pero aún no sabe cómo aplicarlas en un tablero lúdico en permanente movimiento.
Por supuesto, se le da mucho más fácil el enfrentamiento, fue excepcionalmente entrenada para ello. Incluso cuando no le preguntaron si quería hacerlo. No tuvo opción. Sorprendida descubre que, en un juego, es ella quien puede elegir si jugar o no, cuándo, dónde, cómo y con quién. En un juego, las luchas de poder tienen la posibilidad de dejar de serlo.
Deberá aprender a saberse poderosa sin tener que luchar por ello.
Se yergue frente al improvisado espejo, necesita transformar su imagen de guerrera a jugadora. ¡Esa es la vestimenta que quiere llevar!
Cada centímetro de su piel comienza a vibrar en la frecuencia de lo posible. Su libertad, albergada en las opciones. El poder y la potencia, en su libertad.
El contacto con la eternidad está a la distancia de un pensamiento, declarado en la yema de sus dedos. Los mismos dedos que van cambiando de forma; le resulta difícil dejar circular la energía de su destino. El conocimiento adquirido nunca le alcanzó para revertirlo.
(¿Es que acaso no es la irreversibilidad la principal cualidad del destino?)
Ella olvida, con demasiada frecuencia, que su destino es más grande que ella cuando ella está bajo esta forma tangible de finitud. También olvida, con demasiada frecuencia, que su satisfacción es más grande que la forma que su finitud adopta tangiblemente.
Se aproxima a la armadura de plomo apoyada en el piso, se arrodilla y mira su rostro reflejado en él. Ya no hay lágrimas en sus mejillas, sino una mueca que quiere convertirse en sonrisa. Su mirada proyecta mil mundos simultáneos, con emociones que desbordan el horizonte. No será fácil salir de este cuarto sin el armazón, así que opta por colocarse el peto para proteger su corazón y el aire que respira, mientras se da el tiempo para la conversión.
Por lo demás, confía en que su piel es suficiente para ir al encuentro. Necesita probar nuevas sensaciones sobre ella, esta nueva versión de ella. La que queda al descubierto por primera vez.
Eventualmente, a su manera, se quitará el peto. Para jugar libremente.
Para siempre.
Cyndi Viscellino Huergo 2020©Todos los derechos reservados
Óleo: "Imaginary Friend", by Oleg Zhivetin