El aire invadió sus pulmones y el mar de oxígeno lo ahogó. Gritó. Lloró. Su cara, roja de esfuerzo, provocó una ráfaga de sangre púrpura corriendo por sus vasos. El calor de su piel se transformó en transparente sudor frío.
Abrió los ojos lentamente y los colores invadieron sus
ideas. Ya no volvería a ser el mismo, todo estaría teñido de esa policromía
extraña previa a él, presente desde el inicio de los tiempos...
Rápidas, lentas, pausadas, forzadas, felices, incapaces, llenas o
vacías se sucedieron en forma ininterrumpida por el arco iris de sus días. Él les daba vida (¿o
era al revés...?)
Se sentía muy seguro de ellas, no se concebía ni se
reconocía sin ellas. Pero pensaba si podía detener y reanudar ese compás multicolor a
voluntad.
Aquel otro día, ya conocido por él, luchaba por volver
a respirar. Estaba nuevamente en el hospital, en otro. Lo habían llevado de
urgencia después de sufrir el infarto y estaba conectado a un montón de
plateados aparatos que hacían ruidos monótonos pero salvadores.
Pero ella, su
nívea respiración, seguía junto a él.
De pronto, sintió que el diafragma dejaba de moverse;
se había cansado. Mucho esfuerzo de parte de los dos, de él y de ese otro “él”
que lo poseía; voluntario e involuntario. Los pulmones sabían que habían
cumplido su tarea dignamente. Él, reclinado, notó que su cara enrojecía otra
vez por el esfuerzo y las lágrimas hervían sobre sus mejillas.
Intentó gritar como aquel primer día pero, esta vez, el sonido no fue.
Cerró los ojos. Sabía que no volvería a ver los
colores que lo fascinaron desde el inicio. Pero le quedaba el consuelo de
saberlos incorporados a su esencia. Entonces, escupió el mar de oxígeno que lo ahogó
mucho, mucho más de medio siglo atrás. Lo espiró profundo en un arco iris de compases
armónicos.
Y se abandonó al placer de sumergirse, sin respirar,
nuevamente en las sombras.
Cyndi Viscellino Huergo ®Todos los derechos reservados
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