Siento el dolor del futuro conocido
atropellándome hasta dejarme tambaleando. La espesura se cierne sobre mí, mis
ojos se entrecierran para ver mejor pero estoy ciego en medio de la niebla.
Cuando la
bruma me envuelve, comienzo a dudar de mis sentidos. Estoy expuesto, solo,
desnudo. Gira un tornado que me arrolla, pero sé que si extiendo los brazos
rozaré otras pieles, otros cuerpos y entonces sabré que todo sigue ahí, un poco
movido de lugar, pero rodeándome al fin.
Comienzo a
los manotazos. Me muevo desesperado por alcanzar esa piel, por tocar ese
cuerpo.
Pero...
¿dónde está?
Mis pies
pisan un terreno pedregoso, árido, irregular. Las plantas se lastiman y
sangran. Los vientos revuelven mi pelo y mi mente anida ideas apocalípticas. “No
debo dejarme vencer.” Voy ciego por
este terreno, a tientas.
Comienzo a
llamarte, a llamarlos. Mis labios se mueven pero no emito sonido alguno aunque
yo me escucho fuerte y claro. No sé de dónde saco mis fuerzas para seguir, me
siento tan cansado...
De repente,
mis pies sienten el frío del agua, un agua que me cubre sin siquiera moverme de
donde estoy. Los manotazos se convierten en brazadas y ya no siento el dolor de
los pies. Me doy cuenta que no estoy apoyado sobre nada.
El agua me
cubre por completo pero ¡puedo respirar! y mis ojos...mis ojos, ven.
Azul
profundo. Desolación. Y la punta de mis dedos que no te alcanzan...
Me hundo.
Miro hacia arriba y no siento ganas de salir. Vuelvo a abrir la boca y las
palabras siguen sin querer salir. Están
mudas, como mi alma. (Necesito que vengan a buscarme.)
¿Dónde
están? Peso mucho, siento mucho este azul profundo.
El tiempo
se detiene. El tiempo...una sucesión de recuerdos que se entremezclan sin
cesar: tu mirada, ellos, mis batallas, tus labios prometiéndome el mundo, mis
ojos ciegos viendo todo lo inabarcable. Mi sangre se acompasa a ese tiempo.
Cada célula me habla de mis cimientos y me grita que no permita que mi
tiempo se detenga. Las células son un regimiento desesperado y disperso que
intenta ponerme en movimiento, para no morir. Pero yo no percibo nada ahí
afuera...
Estoy en la
eternidad, desde hace milenios. La nada y el inicio, la creación y yo.
Pero sé que
alguien más está aquí. ¿Dios? ¿Vos? Siento que todo está por comenzar, la
secuencia de eventos que originan las cosas está produciéndose frente a mí, dentro
de mí.
El tiempo
está por estallar. Desde afuera, una ola gigante de irremediable vastedad corre
hacia mí: es el Caos, la vibración sensual de los elementos que se aman
desenfrenadamente, generándolo todo. Al frente de ellos, comandándolos, un dios
rugiente que se abalanza con mirada altiva, desafiante y victoriosa; me ve
inerte y elige ser mi destino hasta la explosión: ¡Cronos decidió devorarme!
De
pronto, algunos giran sobre sí y me ven. Se detienen estupefactos: no saben si
soy una aparición del cielo o del infierno. Se paralizan, éstos con admiración,
aquéllos con terror. Muchos intentan tocarme, sin importar lo que simbolice.
Les atrae verse y desafiarse en una imagen diferente de aquel que los lidera y,
no obstante, igual a ellos.
Hay
esperanza en sus ojos. Conocen cosas pero no son conscientes de ellas. Aún así,
yo soy el que está desnudo frente a ellos, reflejo y reflejado. Se acercan y se
disputan quién se quedará conmigo para alimentarme, bañarme, mecerme, educarme
o amaestrarme, para convertirme en lo que ellos creen que debo y puedo ser: uno
más. ¿Cómo hago para decirles que ya he despegado, que mis pies no tienen suelo
y mi cabeza no tiene cielo? ¿Que he visitado lugares que creí que no existían y
aprendido dolorosa y pacientemente a gobernarme?
Estoy
listo para esta espesura que comienza a disiparse. Comienzo a vestirme. Es satisfactorio estar de regreso, indica que por esta vez, he
sobrevivido.
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